“Primavera: se eleva de la tierra una dulzura tan abrasadora que te colma, a Dios gracias, de desorden”. Horas de Invierno, Mary Oliver.
Marzo transcurre entre charcos y barro. Días nubosos, tormentas y un rayo de sol. Sierra Carbonera florece. Los gérguenes ya están en flor, los gamones hace ya tiempo que perdieron sus flores y exhiben sus varas, timones sin rumbo, a merced de los vientos.
La olorosa Lavandula stoechas empezó a florecer en febrero y se encuentra en plena floración tapizando con su nota de color las laderas antaño secas de la sierra. Sus hojas son de un verde apagado, como grisáceo, mientras que la inflorescencia en espigas cuadrangulares es violeta.
Es una planta muy común por la zona, típica del matorral mediterráneo. En las guías de naturaleza se la conoce por el nombre vernáculo cantueso, pero la verdad es que nunca he oído a nadie llamarla realmente así. Romero o lavanda silvestre son las denominaciones más comunes para mí.
Al rozar la mata de lavanda se desprendió su dulzura. Una mariposa vino a posarse en la flor violeta bajo la fugaz luz del sol. El mar turquesa lucía tranquilo en la bahía, pero en el levante se agitaba espumoso y rugía como el motor de una poderosa maquinaria.
Así es la primavera, en la inconsistencia se revelan sus tesoros.
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