martes, 12 de octubre de 2021

La floración otoñal: el torvisco.

 “Necesitamos el tónico de la naturaleza salvaje, caminar cada tanto por marjales donde acechan el avetoro y el rascón, oír el grito gutural de la agachadiza, oler la juncia susurrante en la que sólo labran sus nidos los pájaros más salvajes y solitarios, allí donde el visón se arrastra con su abdomen a ras de tierra”. Walden, H. D. Thoreau.

Llegan las mañanas frescas y tras varios días de levante nuboso han florecido los torviscos en la Sierra Carbonera. Para mí tienen una fragancia característica pero es difícil de detectar. Hace ya tiempo que empezaron a florecer, pero en estos primeros días de octubre están ya todos en flor.

Aunque apenas ha llovido son de los pocos arbustos verdes que quedan tras el verano. Su nombre científico es Daphne gnidium L. Se trata de un arbusto ramoso de corteza parda que alcanza el metro de altura. Las hojas son estrechas y alargadas, un poco parecidas a las del laurel, por eso el nombre de Daphne (que es como se dice laurel en griego clásico). Fue Linneo el que escogió este nombre por el parecido.

Sus pequeñas flores blancas florecen en ramilletes y son las que me han dado la identificación del arbusto. Son muy numerosos por la Sierra y llevaba tiempo preguntándome de qué planta se trataba. Como no soy una experta en el tema, hasta que florecen no me atrevo a dar una identificación de una especie. Las flores me parecen un elemento determinante a la hora de la identificación.

Los torviscos, como otras muchas plantas de nuestro entorno, presentan dos floraciones, una en primavera y otra en otoño. Crecen por casi toda la península y sobre todo por la zona mediterránea en donde habitan desde las zonas costeras hasta los 1400 metros de altitud.

Es tóxica así que no es buena idea cogerla ni toquetearla, podría resultar irritante y además las flores se caen pronto de los ramilletes si los arrancamos.

Las fotos que he tomado son de dos paseos distintos. Uno por la parte de las antenas, la zona más alta de la Sierra Carbonera y la otra por Portichuelos, en donde se mantienen verdes a pesar del incendio de este verano.


Plantas duras, supervivientes que se adaptan a lo que hay, a pesar del fuego y de la sequía, se mantienen aún verdes presentando la floración otoñal. Implacables, cumplen su ciclo y proporcionan los primeros colores a la Sierra otoñal.

domingo, 25 de abril de 2021

Hábitats costeros: los altramuces en flor.

"Necesitamos ver nuestros propios límites sobrepasados y alguna forma de vida paciendo en libertad en donde nosotros no llegaremos nunca" Walden, H. D. Thoreau

En esta tierra de fronteras los hábitats se suceden de la orilla a la sierra. La costa se alarga por el levante y por el poniente en La Línea de la Concepción. Ando visitando la zona de Los Portichuelos, una costa salvaje, de las últimas que quedan, en peligro, por la construcción de una subestación eléctrica.

Ajena a su desaparición la vida florece en primavera. Más allá de las dunas veíamos a los gérguenes florecer (en la entrada anterior). En estos días lucen las vainas de su fruto y las flores han caído en su mayoría. Pero las floraciones se suceden y ahora son los altramuces con sus tonos azules los que colorean los caminos. 

Hay varios tipos de altramuces silvestres, unos son amarillos (estos crecen por la zona del Pinar del Rey en San Roque) y otros azules. De entre los azules los hay de varios tipos y este que nos encontramos por Los Portichuelos es el llamado vulgarmente altramuz peludo. Su nombre científico es Lupinos micranthus y las flores no son completamente azules sino que presentan la quilla blanca. 

Es muy frecuente en suelos ácidos y crece por todas partes en la segunda línea de costa, más allá de las dunas, en las laderas azotadas por el viento, entre pedregales, al borde de los senderos. Son matas bajas con las hojas peludas en forma de estrella. Este tipo de hoja tan característica la encontramos en todos los altramuces, hasta en los que se cultivan para su consumo. Hace años fotografié los campos de cultivo de altramuces por tierras utreranas. En alguna de las entradas de primavera pueden verse las imágenes. 

La mañana era soleada y fresca. Los días nubosos se suceden por estas fechas, en estas tierras marineras, así que hay que aprovechar los claros para salir. Ya no huelen tanto los gérguenes, pero sigue oliendo a primavera. Los abejarucos nos sobrevolaban a ratos, pero no llevo la cámara en estos paseos. Voy corriendo por los senderos y es demasiado aparatosa y pesada. Las fotos están tomadas con el móvil y no me puedo permitir fotos en la distancia. 

Muchos son los colores de la primavera: azules, morados, blancos, rosas, amarillos e infinidad de verdes. Amén de los tonos tierra, de las areniscas y las calizas. Del mar y los cielos, de la espuma de las olas. Con uno de estos paisajes despido la entrada.



lunes, 15 de marzo de 2021

Huele a primavera

“Que el mediodía te encuentre en la orilla de otros lagos y allá donde te atrape la noche siéntete como en casa. No hay campos más amplios que éste, ni juego al que merezca más la pena jugar”. Walden. H.D. Thoreau


Florecen los gérguenes por el Estrecho de Gibraltar. Notas de color amarillo en los campos de matorrales costeros, más allá de las dunas y la cálida arena de la playa. Su olor dulce representa por estas tierras el olor a primavera. Como el azahar por las tierras sevillanas.

Las gaviotas sobrevolaban estos caminos. Una perdiz asomaba al perfil de una roca, a contraluz y una curruca cabecinegra cantaba estridentemente entre los arbustos.

Así es el paisaje de Los Portichuelos, hoy una zona en riesgo inminente de desaparición. Se proyecta una subestación eléctrica en estas tierras, aunque el pueblo de La Línea de la Concepción se niegue y lo haya recurrido.

Calicotome villosa es el nombre científico de esta especie. En mi familia siempre los hemos llamado por su nombre común: gérguenes, aunque el “Atlas Clasificatorio de la flora de España peninsular y Balear”, obra de Mariano García Rollán, lo escribe hérguenes con h. Siempre lo he pronunciado con g, ni siquiera con h aspirada, así que lo escribo así: gérguenes.

Se trata de un arbusto muy común por esta zona. Puede llegar a medir hasta dos metros de altura y suele haber muchos juntos. Es muy espinoso lo que lo convierte en impenetrable. Si no hay caminos y se va por campo abierto hay que ir rodeándolo. No es sólo una especie característica del matorral costero, sino que su distribución es mucho más amplia, habitando cualquier terreno pedregoso y estando presente en casi cualquier tipo de matorral.

En las zonas costeras se da un hábitat intermedio que conforme se aleja de la costa se convierte en sotobosque. Es un hábitat de transición que alberga numerosas especies vegetales y animales. Siempre me han encantado este tipo de hábitats en donde no hay árboles. Tan sólo arbustos azotados por el viento, más allá del alcance de las mareas pero al alcance de las brumas marineras. Tierras de arena y roca, pedregales verdes que parecen poca cosa, pero que están muy vivos. No es un bosque, ni la arena seca de la orilla. Es la bella costa intermedia.

En estos días de primavera ya florecen en ella los arbustos. Los brezos, los romeros, las jaras, las retamas, etc. Pero el único olor que predomina es el de los espinosos gérguenes. El año pasado nos perdimos la primavera con el confinamiento, pero este año no hay quien me pare por esos campos del Campo de Gibraltar que hoy habito. 



lunes, 8 de febrero de 2021

Días de febrero: La margarita menor

 "Fui a los bosques  porque quería vivir deliberadamente, enfrentándome sólo a los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, no fuera que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido”. Walden, H. D. Thoreau

Pasan los días del año, frescos y húmedos. Seguimos por San Roque con el confinamiento perimetral desde principios de Enero y esto me obliga a centrarme en los paisajes locales. Hacía años que no iba por el Pinar del Rey, incorporado no hace mucho al parque natural de los Alcornocales.

Este pinar es un paisaje un tanto artificial, se plantó en el siglo XIX para la industria de la madera que se venía demandando para la construcción de navíos. Pero una vez abandonado su uso madedero ha ido generando un bello sotobosque con coscojas, jaras, helechos, y pequeños alisos (de entre lo que he identificado).

Fue una tarde sombría, los días nublados son muy típicos por esta zona y confieso que me he pasado años echándolos de menos, porque en la campiña utrerana eran raros, allí brillaba el cielo azul casi todos los días. Pues desde las navidades se suceden los días nublados, oscuros, y allá bajo los pinos más sombríos aún. Lo cual es una dificultad para realizar fotografías, al menos con el móvil. No he tenido muchas ganas de andar cargando con la cámara. Estoy explorando la zona, andando o corriendo, depende del día por los senderos que son liosos y que todavía no conozco bien.

Como decía, era una tarde sombría, la condensación de agua en las copas de los pinos hacía que a ratos lloviese entre ellos. Estaba todo muy verde, pero la primavera ya se anunciaba. Las primeras flores en abrir han sido las margaritas. Esta variedad en concreto (Bellis) está floreciendo en los márgenes de los senderos y proporciona unos tonos blancos al paisaje. Las flores son muy pequeñas y tienen muchos pétalos o lígulas blancas y el capítulo con disco amarillento. La tarde estaba tan sombría que muchas de ellas estaban cerradas, como pequeños puntos blancos un tanto imperceptibles entre el verde. Flores engullidas por el verde.

En cuanto a la especie concreta, siguiendo el “Atlas Clasificatorio de la flora de España peninsular y Balear” (García Rollán) me decanto por Bellis sylvestris. Ampliando las fotos me parece observar que las hojas tienen más de un nervio. Adjunto la foto de la página en donde se explica y aparece un dibujo de la hoja. Recomiendo a toda persona interesada en la botánica adquirir este libro. Se trata de una clave botánica en dos volúmenes imprescindible para conocer la flora peninsular.

Más allá de la identificación de la especie, deseo que esta entrada presente el anuncio de la primavera, con esas flores tempranas que empiezan a colorear los campos. La naturaleza continua, el tiempo pasa y las estaciones, a pesar de nuestros aconteceres. Todo cambia en la naturaleza y nosotros también cambiaremos.






miércoles, 13 de enero de 2021

Erodium cicutarium: los alfileres del pastor

 “Crece salvaje de acuerdo con la naturaleza, como esos juncos y helechos que jamás se convertirán en heno inglés”.

Walden, H. D. Thoreau

Hay pocas entradas de enero en el blog. Un mes de grandes cambios en la naturaleza, porque a pesar de los días fríos comienzan las nuevas floraciones, esas que anuncian la primavera. El invierno apuntando a su final, febrero está ya a la vuelta de la esquina. La naturaleza es implacable, su ritmo inhumano.


Cuando era pequeña por estas fechas solíamos ir a coger espárragos y era muy común encontrar esta hierba a la que nosotros llamábamos relojitos, aunque es más conocida como alfilerillos o alfileres de pastor. Los nombres comunes varían de una zona a otra y por ello no sirven para identificar una especie. Las personas amantes de la botánica bien lo sabemos y por ello se consensuaron una serie de nombres “científicos”. Erodium cicutarium es el de esta especie. Sin entrar en más, el nombre podría alargarse y llevar por ejemplo el apellido del descubridor, es decir de quien estableció la especie y hasta la fecha en la que lo hizo. Pero como esto no es un artículo científico sino la entrada a un blog de naturaleza nos quedaremos con la versión corta.


Poco sé sobre esta especie, crece entre las hierbas que por estos días proveen a los descampados de un verde intenso. El verde salvaje, brillante bajo el sol, que exuda gotas de agua tras estos días de intensas lluvias. Verde invasor de las aceras, de los setos, de los claros de bosque, de los parques y descampados urbanos. Crece entre las hierbas como digo y tiene un flor morada, pequeña, con cinco pétalos y como no, el extraño fruto afilado, el llamado alfilerillo. Cuando se seca se retuerce como un muelle y es por eso que nosotros lo llamábamos relojitos. Mi abuelo los arrancaba y me los colocaba en la camiseta. Conforme se iban secando, se iban moviendo, retorciendo, como las agujas de un reloj. A mí me gustaba especialmente, me parecía algo mágico. Sorpresas de la naturaleza.


Caminando por los senderos de la infancia encontré los alfileritos y quise dedicarles una entrada. Regalos del verde salvaje que crece incontenible más allá de lo humano y que seguirá creciendo a su ritmo imparable más allá de nuestro tiempo. Es pretencioso y soberbio intentar salvar la naturaleza. Es ella quien nos salva o debemos salvarnos en ella.