“Nuestra vida es una tenue traza sobre la superficie del misterio, como los túneles improductivos y sinuosos de los insectos minadores en la superficie de las hojas. Tenemos que ampliar las miras de algún modo para abarcar todo el paisaje, para verlo de verdad y describir qué está ocurriendo. Entonces podremos al menos lanzar entre lamentos la pregunta apropiada a esa faja de oscuridad o, llegado el caso, corear las alabanzas adecuadas”.
Una temporada en Tinker Creek, Annie Dillard.
Tras un caluroso verano, días de imperio del sol, las nubes comienzan a oscurecer, grises, azuladas, anunciando las primeras lluvias, a la vez que se acortan los días. En octubre los temporales de viento azotan estas tierras costeras: temporales marinos, olas encrespadas y gaviotas arrastradas por el viento sin dirección aparente. Es como si tan sólo se esforzaran por mantenerse en vuelo, las alas desplegadas, sobre el horizonte.
Los días de temporal la Sierra Carbonera se convierte en una zona especialmente sonora, arbustos bajos que entrechocan, espinos secos agitados desprendiendo sus tallos, hojarasca volátil, y el silbido del viento entre los cables y antenas de luz. Más allá, el oleaje como un rumor perpetuo.
Se trata de una planta bulbosa que se mantiene bajo tierra siempre viva y latente, que como he dicho produce sus hojas en la primavera y sus flores entre septiembre y noviembre. Estas flores que he fotografiado estaban en la parte más alta de las Sierra, que tiene una altitud de 311 metros, en una zona rocosa muy expuesta a los fuertes vientos, aunque ni un pétalo había perdido. Flores bellas y duras, procedentes de lo profundo de la tierra que se abren al otoño serrano.
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