miércoles, 21 de septiembre de 2016

Entre cantos rodados y musgo: Lavandera cascadeña



Al rumor de las aguas que corren, a la sombra de los álamos, a la vera del río Trevélez, transcurre uno de los senderos más bonitos del Parque Nacional de la Sierra Nevada (Granada). 


Como otros años en mi visita a las Alpujarras intentamos subidas complicadas a las lagunas glaciales que reposan bajo el Mulhacén (a 3483 metros de altura). Pero la más grata de las rutas la hicimos por el valle del río.


Allí, a la sombra la mayor parte del tiempo, acompañados del canto de los arrendajos, andamos un buen rato. De vez en cuando, asomábamos al curso de agua y allí fue donde encontré estas Lavanderas tan peculiares. 


La Lavandera cascadeña (Motacilla cinerea) habita las aguas rápidas, no teme a las corrientes. Su reclamo no es demasiado sonoro, sobre todo por el ruido del curso de las aguas, por ello más que oírla la vi. Entre los cantos rodados apenas se la distingue, en esta foto que muestro a continuación el ave está justo en el centro de la imagen y es apenas perceptible. Su camuflaje es perfecto para la zona que habita. 


Se distingue de la Lavandera Boyera (Motacilla flava), más común en los cursos de agua de la península Ibérica, por el dorso gris ceniza (el de flava es verde oliva) y por la cabeza que presenta la garganta negra, y la ceja y la bigotera blanca, (flava tiene la garganta y la ceja blanca, y la región auricular negra).



En cuanto a sus hábitos, se trata de un ave residente en la península (en las zonas montañosas) y también en Baleares. Las islas canarias tienen su propia subespecie. Como decíamos habita cerca de torrentes de agua dulce, su alimentación es insectívora (insectos acuáticos y terrestres) y generalmente en solitaria. Este ejemplar que fotografié estaba siempre sólo. No había, al menos que yo pudiese observar, otras lavanderas por allí. Parecía haberse adueñado de aquel curso de agua. 


Se posaba en las aguas someras y tras picotearlas saltaba de una piedra a otra. Estoy segura de que me vio, pues no fui muy discreta, pero parecía darle igual mi presencia. Después del reportaje yo me fui y ella siguió en el mismo sitio. Al día siguiente volví a acercarme y volvimos a vernos. Fue en ese segundo día cuando tomé la mayor parte de las fotos que ilustran esta entrada. Se comportó de la misma forma, siguió a lo suyo ignorándome completamente. 




En el valle apenas llega el sol y anochece pronto. La vegetación es espesa, a diferencia de las montañas en las que apenas crecen matojos. El curso de agua viste de verde el valle al final del verano, mientras que las cumbres amarillean. 



Salimos temprano del sendero y nos internamos en el pueblo de Trevélez. Con calles estrechas y sombrías simula el valle, sobre él se elevan los picos más altos de la península. 



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