Acababa el verano y los días comenzaban a ser más cortos. La
migración de las aves, hacia tierras más cálidas, ya había empezado, cuando decidimos
este viaje. Llevados por el impulso de la huída del calor, quisimos
conocer otras playas y eso que en mi pueblo sobran playas.
Hacia el más lejano
oeste que la península ibérica permite, viajamos. Allá donde finalizaba la tierra y se abría el inmenso mar Atlántico.
Atravesando las acogedoras tierras portuguesas hasta el cabo de San Vicente
encontramos la Praia da Engrina, paraíso de aguas frías y arena fina, como pan
rallado.Y nos quedamos unos días, bajo el sol cálido y bajo la noche
fría.
La Praia da Engrina era tranquila, sin multitudes. Algunos días azotada
por el viento las gotas del rompeolas volaban lejos y provocaban el efecto de
un aspersor. A pesar del frío del agua fueron muchas veces las que nadé por
allí y variados fueron los seres con los que me encontré.
Quiero dedicar la entrada a unos muy especiales, a los que pasé
grandes ratos observando. La Praia da Engrina está en una bahía pequeña y por
los lados está rodeada de roquedos. El mar entra en las rocas, las atraviesa,
horada e inunda. Justo en los lechos de piedra horadada, a merced de las mareas,
viven los camarones de roca.
Estos que he fotografiado son de la especie Palaemon elegans
(Rathke, 1837) llamada comúnmente Quisquilla pequeña. No miden más de 50 mm y
su cuerpo es casi transparente, con bandas pardas en el límite de los segmentos
y numerosas manchas blancas y amarillas. Sus antenas son muy largas y a veces
hacían sombra en el fondo de la charca, es por ellas que logré identificar estos
camarones en más de una ocasión.
No parecían molestos con las aguas turbulentas, cuando
entraba la marea o rompían las olas en las rocas aledañas produciendo el caos
por los huecos horadados en las rocas. Incluso pude ver uno saltando por encima
de una roca, fuera del agua, unos segundos, hasta entrar en la siguiente charca.
Por su pequeño tamaño fueron difíciles de fotografiar,
además de por lo complicado de andar por entre las rocas sin mojar la cámara.
No obstante, aquí quiero dejar estas imágenes, porque en los seres más pequeños
existe un misterio insondable. Tampoco es la primera entrada que dedico a los
decápodos, pues ya en una ocasión anterior hablábamos del cangrejo de señal
californiano. Ahora lo hago con uno autóctono, de mucho menor tamaño y con el enigma
de un cuerpo transparente.
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