viernes, 25 de julio de 2025

Creciendo salvaje en la canícula: el enebro marítimo

 LOS OTROS REINOS

Considerad los otros reinos. Los, 

árboles, por ejemplo, con sus títulos

de sonido meloso: roble, álamo, sauce.

O la nieve, para la que la gente del norte

tiene docenas de palabras que describen

sus diferentes llegadas. O las criaturas, con su

pelaje grueso, su mirada tímida y sin palabra. Su

sentido inefable de lo que sus vidas 

están pensadas para ser. Así el mundo

crece denso, crece salvaje, y tú también, 

creces densa, dulcemente salvaje, tal y como tú

también naciste para ser. 


Mary Oliver, Devociones



Fue un día de vientos calmos, con el sol alto y cegador del verano dando potencia a los colores del pinar. Cuando me adentro en un nuevo paraje suelen ser las cosas más cotidianas del mismo las que captan mi atención. Fue empezar a transitar los senderos del Parque Natural La Breña de Barbate y quedarme atrapada en las hojas del enebro marítimo. No es común en los lugares por los que me muevo a diario. Paré a hacer fotos al primero que vi, pero después encontré otro y otro más y luego otro. Una multitud de enebros marítimos crece en torno a los acantilados de la Breña y se convierte en una especie común de ese paisaje. 



Crece salvaje, a merced de los vientos, de la arena volátil de las dunas y las playas, testigo de las corrientes marinas, del vuelo de las gaviotas. Se asoma a los acantilados, se embosca en la espesura de los pinares. Al sol, a la sombra, por todas partes exhibiendo en estas fechas sus frutos redondeados y verdes. 



El enebro marítimo (Juniperus oxycedrus subsp. macrocarpa) tiene un porte arbustivo, aunque algunos de los que habitaban la Breña eran prácticamente árboles robustos, no muy altos y densos, de un verde ciénaga brillante por el sol. Es una especie dioica, con individuos machos y hembras. Son los árboles hembras los que poseen los frutos redondeados verdes que he fotografiado. Cuando maduran tienen un tono rojizo.



Entre los enebros salvajes de la costa acantilada, fui testigo del brillo del mar y sus corrientes, del canto chirriante y ensordecedor de las chicharras en verano, tanto sol y tanta luz en el pinar atlántico, la vegetación costera creciendo, afianzando lento pero segura sus raíces en lo profundo. Los enebros no se ocultan al verano como hacen otras especies, que esperan pacientes la estación propicia para mostrarse al mundo. Los enebros exhiben sus hojas espinosas, sus frutos redondeados a la estación estival. 



Con sus imágenes dejo la entrada. 



viernes, 11 de abril de 2025

Moradores de la hojarasca: Clathrus ruber

“Yo no sería soberana ni de una sola brizna de hierba, mientras pueda ser su hermana. Acerco mi rostro al lirio, que se alza por encima de la hierba, y lo saludo desde el tallo de mi corazón. Vivimos, y de esto estoy segura, en el mismo territorio, en el mismo hogar, y nuestra luz proviene del mismo farol. Todos somos salvajes, audaces, asombrosos. Y ni uno solo de nosotros es bonito”. 

La escritura indómita, Mary Oliver. 


La luz es tenue este año en los últimos días de marzo y de principios de abril. Se cuela entre las nubes, que le hacen de tapiz. Los campos están llenos de charcos, barro, las matas creciendo, extendiendo sus tallos verdes, deshaciendo los caminos en su floración. 

El Pinar del Rey está lleno de setas. Por doquier surgen, de entre la hojarasca, de los troncos de los árboles, de debajo de las piedras. Esta primavera sombría es el paraíso de las setas. Y unas muy peculiares han llamado mi atención estos días. 

Se trata de Clathrus ruber. Iba corriendo por los senderos ricos en humus de debajo de los pinares, cuando observé algunas setas como huevos o piedras blancas, rocas meteoritos, no es fácil de describir. Tenían una superficie rugosa en cierta forma. Eran raras. Pero no les presté más atención. Fue después cuando encontré las rejas rojas, de enorme tamaño. Entonces no pude más que quedar fascinada. 

Era horrible el olor que desprendían, les hice las fotos a favor del viento para no sufrir su terrible pestilencia. Y es que estas setas que huelen a descomposición cuando han madurado y salido de esos huevos-rocas, extienden un enrejado con forma de malla más o menor regular, abovedado, con apariencia esponjosa de color rojo vibrante. Confieso que no fui capaz de tocarlas por temor a que se pegara aquel olor a las manos. 


El desagradable olor es un mecanismo de Clathrus ruber para atraer a insectos de los que acuden a cuerpos en descomposición, sobre todo moscas verdes de las que vi muchas a su alrededor. Estas moscas son el instrumento de la seta para dispersar sus esporas y así expandirse y asegurarse la continuidad en el pinar. 

Cuántos seres habitan bajo la superficie de la tierra, ocultos a la mirada humana, latiendo bajo nuestros pies, creciendo y multiplicándose. Las setas de vez en cuando florecen y nos anuncian su presencia. Nunca antes me había encontrado con Clathrus ruber, su rojo vibrante de vida y su terrible pestilencia. Seres audaces, llamadores de moscas y de curiosas personas como yo, moradores de la hojarasca.



viernes, 28 de febrero de 2025

De la existencia del azafrán montuno


 “Con cada despertar, ya sea de un sueño o de una abstracción, el hombre tiene que aprender de nuevo lo que son los puntos cardinales. No nos encontramos con nosotros mismos hasta que no estamos perdidos, o en otras palabras, hasta que no perdemos el mundo y podemos reconocer dónde estamos y cuál es la infinita extensión de nuestras relaciones”. 

Walden, Thoreau

Entre vendavales, días nubosos y algunas tormentas se abre paso la primavera. Sierra Carbonera se convierte en un barrizal mientras florecen los gérguenes (Calicotome Villosa). Todavía no se ha desplegado su olor, pero sus ramas comienzan a teñirse de amarillo. 

En mi subida observé que el suelo se llenaba de colores: blancos, azules, amarillos, naranjas. Las herbáceas en flor, y algunos bulbos imperceptibles a lo largo del año comienzan su desfile de colores. Estos últimos no se pueden ver la mayor parte del año porque se mantienen enterrados, sin hojas, esperando el clima propicio para salir a la luz, para crecer bajo el cielo entre los otros seres que viven a la intemperie. 

Pasé por algunos tramos en los que había florecido este azafrán montuno que tiene varios nombres vernáculos que nunca había oído: azafrán portugués, anodea o cebollina. Su nombre científico, por el que podemos identificar a la especie, es Romulea bulbocodium (L.) Sebast. & Mauri.

Es de la familia de las iridáceas y florece tan sólo en primavera. Es una planta muy pequeñita de entre 5 y 20 cm de altitud. En Sierra Carbonera crece pegada al suelo, por lo menos en la vertiente de levante en donde florecían muchísimos de ellos. Sus hojas, como puede verse en las imágenes que tomé, son alargadas y finas, mientras que la flor es pura preciosidad, moradas con el corolino de un intenso amarillo anaranjado. 

A pesar de los fuertes vientos marinos que azotan esas tierras el azafrán montuno se aferra a la tierra, a los taludes arcillosos. Permanecen enterrados a resguardo del sol y del frío. Cuando los días comienzan a alargarse y las lluvias arrecian, reúne todas sus fuerzas, se abre camino entre la tierra y hoja a hoja, flor a flor puebla la intemperie. Reconoce su lugar en el mundo, la infinita extensión de sus relaciones, impacta en mis ojos, ocupa un espacio en mi memoria de las cosas que existen y desaparece hasta que los tiempos sean propicios. 




sábado, 18 de enero de 2025

Invierno azul


“Los frutos y las plantas, regados con el rocío de las montañas que se reúnen aquí, son más memorables para mí que las últimas palabras que escuché en un púlpito”. 

Cartas a un buscador de sí mismo. H. D. Thoreau

En enero no podemos desaprovechar los rayos de sol. En cuanto aclara, subo a la Sierra Carbonera. 

El viento se había aplacado y una brisa casi imperceptible era todo lo que quedaba de los días precedentes de temporal y lluvia. También quedaban barro y algunas charcas. En una de ellas encontré renacuajos de un negro intenso. Como pequeñas hojas caídas flotando a la deriva. Es lo que parecen a primera vista, pero después se desplazan torpemente por la superficie quedando al descubierto. Hay que parar un momento para poder ver la constelación anfibia en movimiento por la charca. 

Los tojos amarillos y las campanillas moradas de los brezos inundan de color los caminos de la sierra, por los cuales también son muy comunes estas pequeñas flores azules. Las veo todos los años. No pasa desapercibido su intenso color azul, pero después de la floración, la planta se vuelve invisible a mi mirada, ya no sé reconocerla.

Se trata de una boraginácea: Glandora prostata que florece a partir de enero. La planta es mediana, entre 15 y 40 cm. No alcanzan gran altura, siempre se mantienen muy por debajo de los brezos y los tojos. Las hojas tienen pequeños pelos, pero su tacto no es aterciopelado, sino áspero. Hay varias subespecies en la península y no sé muy bien de cuál de ellas se trata. 

Cuando estaba en la cumbre de la sierra, en su punto más alto, junto al vértice geodésico que marca los 311 metros de altitud, ahí, en ese punto, comenzó a nublarse, un viento de poniente sopló con intensidad y se volvió frío, pero fue sólo en la cumbre. Entre las nubes se abrió un claro y un enorme rayo de sol iluminó San Roque. El viento y su frialdad duró poco, pues en cuanto emprendí la vuelta por la vertiente de levante quedó atrás y continué bajando en margas cortas. 

Corriendo entre los carriles, saltando entre las piedras, a intervalos entreveía las flores azules de esta planta de la que desconozco nombre vulgar. Cuanto más me adentro en la sierra menos capacidad de nombrar las cosas poseo. Entre miles de humildes hierbas cómo distinguir. Y a pesar de ello cada una pertenece a una especie distinta, germina, crece y florece siguiendo su propio calendario. 

Sólo puedo decir que en estos días de enero puebla de azul la sierra esta planta.  Azul, entre verdes, de los días invernales.