miércoles, 11 de noviembre de 2015

Algarabía otoñal: gorriones morunos



Llegan los días frescos, las primeras lluvias, los cúmulos nubosos y los vientos fuertes que anuncian la cercanía del invierno. Los últimos algodonales se secan en los campos y las aceitunas que quedan en los olivares, maduras y negras comienzan a caer. 


En estas semanas los campos han quedado embarrados y recorrerlos en bicicleta se convierte en algo complicado, el paseo se vuelve pesado, cansado, hay que afanarse. No obstante pronto vemos que el esfuerzo merece la pena. 


Nuevas aves han venido a poblar estas tierras utreranas y el silencio de los últimos días del verano ha sido sustituido por la algarabía otoñal. 

Bandadas de gorriones morunos (Passer hispaniolensis) gritan ocupando los árboles del carril de arena. También se los oye más allá, entre los olivos. Su canto es muy parecido al del gorrión común pero sus bandadas son inconfundibles por estos campos. También tienen el mismo tamaño de los gorriones comunes, pero los diferencia el plumaje, sobre todo el de los machos.

Conseguí fotografiar a un numeroso grupo que despreocupado vociferaba en un árbol de la linde del carril. A su sombra paré a descansar y realicé el reportaje que acompaña esta entrada.

Entre las imágenes, destaco la siguiente que es muy ilustrativa para distinguir a esta especie. Muestra a un macho y a una hembra, con sus diferentes plumajes. 


Las hembras, como vemos, son muy parecidas a las del gorrión común, las diferencia un tenue listado en el pecho.


En cambio, los machos tienen el píleo rojo, las mejillas blancas, el dorso, el pecho y los flancos negros. Todas ellas diferencias claves con respecto al gorrión común. También tienen un antifaz negro en los ojos enmarcado por unas cejas blancas, a veces, partidas en dos.


Estas aves residen por todo el mediterráneo, aunque en Francia y la península italiana no están presentes. Pero además se extienden más allá por oriente próximo y las zonas centrales de Asia. Por ello hay diversas subespecies. La subespecie hispaniolenses es la que habita estas tierras.

Al parecer por la península ibérica realizan migraciones parciales de corto recorrido. La población de gorriones morunos en España muestra una tendencia expansiva e incluso en algunas zonas de cultivos se las considera una plaga. Esto es porque en cuanto a la alimentación son granívoros, aunque en la época de cría se alimentan de insectos.


Mientras los días se vuelven cada vez más cortos, a pesar del barro del camino, la algarabía de los gorriones morunos tiñe el otoño de la potencia de la vida. Con estos maravillosos seres y con los paisajes que habitan doy por acabada esta entrada.


martes, 13 de octubre de 2015

La inconfundible abubilla



Comienza el otoño y con él las primeras lluvias vienen a refrescar los campos secos, arados ya muchos de ellos, a la espera del trigo invernal. 


Tras varios días de pastizal ardiente y humaredas en el horizonte han llegado las primeras lluvias. Aprovechando que todo estaba mojado decidí acercarme al embalse de la Torre del Águila, cerca del Palmar de Troya. Buscaba aves migratorias que hubieran hecho un alto en su ruta para resguardarse en estos días lluviosos. Me encontré con muchos papamoscas cerrojillos, pero como en fotografía de animales nunca se puede predecir nada, las mejores fotografías las realicé a unas abubillas que pasan allí todo el año.


Desde hace tiempo veo abubillas en mis paseos en bicicleta. Como bien apunta el título de esta entrada son aves inconfundibles. La cabeza y la mitad anterior del cuerpo es de color ocre anaranjado y la mitad posterior tiene listas blancas y negras. Pero lo que la hace más espectacular es la enorme cresta anaranjada, con las puntas negras que suele desplegar al posarse o cuando están inquietas (también en el cortejo).


Su vuelo ondulante las hace fácilmente identificables y el canto que emiten (u-pu-pu-pu) es tan característico que el nombre científico de la especie (Upupa) resulta una onomatopeya del mismo. No obstante el nombre científico completo es Upupa epops.


En realidad las abubillas son aves migratorias transaharianas pero en Andalucía son residentes. Según los censos realizados por SEO/BirdLife la población de abubillas de España es la más numerosa de Europa. Aun así, no son tan fáciles de ver. No les gustan demasiado los núcleos urbanos. En mis salidas en bici las veo seguir a los rebaños de ovejas o cabras principalmente, y aunque son muy curiosas y se acercan a la bicicleta, en cuanto me detengo, echan a volar.


En el embalse volaban de un lado a otro, entre los árboles y el campo arado colindante, bajo la Torre del Águila. Allí permanecieron un rato más o menos cerca del camino desde el cual pude realizar este reportaje con el que inauguro el otoño.





martes, 15 de septiembre de 2015

Entre la orilla y el mar: camarones de roca



Acababa el verano y los días comenzaban a ser más cortos. La migración de las aves, hacia tierras más cálidas, ya había empezado, cuando decidimos este viaje. Llevados por el impulso de la huída del calor, quisimos conocer otras playas y eso que en mi pueblo sobran playas. 

Hacia el más lejano oeste que la península ibérica permite, viajamos. Allá donde finalizaba la tierra y se abría el inmenso mar Atlántico. Atravesando las acogedoras tierras portuguesas hasta el cabo de San Vicente encontramos la Praia da Engrina, paraíso de aguas frías y arena fina, como pan rallado.Y nos quedamos unos días, bajo el sol cálido y bajo la noche fría. 


La Praia da Engrina era tranquila, sin multitudes. Algunos días azotada por el viento las gotas del rompeolas volaban lejos y provocaban el efecto de un aspersor. A pesar del frío del agua fueron muchas veces las que nadé por allí y variados fueron los seres con los que me encontré. 


Quiero dedicar la entrada a unos muy especiales, a los que pasé grandes ratos observando. La Praia da Engrina está en una bahía pequeña y por los lados está rodeada de roquedos. El mar entra en las rocas, las atraviesa, horada e inunda. Justo en los lechos de piedra horadada, a merced de las mareas, viven los camarones de roca. 


Estos que he fotografiado son de la especie Palaemon elegans (Rathke, 1837) llamada comúnmente Quisquilla pequeña. No miden más de 50 mm y su cuerpo es casi transparente, con bandas pardas en el límite de los segmentos y numerosas manchas blancas y amarillas. Sus antenas son muy largas y a veces hacían sombra en el fondo de la charca, es por ellas que logré identificar estos camarones en más de una ocasión. 


No parecían molestos con las aguas turbulentas, cuando entraba la marea o rompían las olas en las rocas aledañas produciendo el caos por los huecos horadados en las rocas. Incluso pude ver uno saltando por encima de una roca, fuera del agua, unos segundos, hasta entrar en la siguiente charca.


Por su pequeño tamaño fueron difíciles de fotografiar, además de por lo complicado de andar por entre las rocas sin mojar la cámara. No obstante, aquí quiero dejar estas imágenes, porque en los seres más pequeños existe un misterio insondable. Tampoco es la primera entrada que dedico a los decápodos, pues ya en una ocasión anterior hablábamos del cangrejo de señal californiano. Ahora lo hago con uno autóctono, de mucho menor tamaño y con el enigma de un cuerpo transparente.






martes, 11 de agosto de 2015

Troglodytes en el huerto

En mi huerta de verano, entre tomateras, berenjenas, pimientos y calabacines apareció un habitante inesperado. Primero detectamos el nido entre las vigas del porche, sobre la barbacoa. No parecía habitado, de hecho nunca detecté ningún pájaro en su interior. Aunque mis hermanos me decían que por las mañanas un ave pequeña entraba y salía de él.


Pensé que no habría pollos, pues jamás hicieron ruido alguno y en la barbacoa no había restos de cacas ni de nada que indicara que anduviese pájaro alguno en el interior de aquel extraño nido globoso, elaborado de diversos materiales y con una única entrada pequeña y redondeada. 


No obstante, una tarde, de pronto salieron de allí tres pollos ya crecidos y un ejemplar adulto. Salieron para no volver al nido. Los pollos ya estaban volantones y debieron de dormir por la huerta. Se quedaron varios días por allí, aprendiendo a volar y cazar correctamente. Tras esos días desaparecieron. Quizás se ocultaron en la enmarañada maleza del arroyo que hay junto a la huerta, pero yo no los he vuelto a ver.






Pude seguir sus andanzas y fotografiar en estos días a tan huidizas aves, un regalo añadido a las verduras de la huerta de verano.



Era una familia de Troglodytes troglodytes, más conocidos con el nombre común de chochines. De pequeño tamaño, estos insectívoros estrictos, se alimentaron vorazmente de la multitud de insectos de la huerta (pues intentamos que sea lo más ecológica posible y no usamos insecticidas). Es una especie que habita buena parte de Europa y de África. En la península ibérica se la considera residente. Tienen un tamaño muy pequeño, la cabeza voluminosa y la cola corta. El color es pardo y su camuflaje perfecto. Sobre el ojo tienen una ceja de color crema bastante vistosa. Cuando se ven amenazados levantan la cola en un ángulo de 90 grados y después salen volando para desaparecer entre la maleza. Conseguí una foto con esa postura bastante característica y gracias a la cual identifiqué la especie.


El canto de estas aves es muy alto y sonoro pero no los oí cantar. Tan sólo pude oir día tras día un reclamo que sonaba parecido a un chasquido: Cherrr.



No es mucho más lo que he podido averiguar sobre estas aves que me regalaron tan grato reportaje fotográfico. Les deseo mucha suerte en sus andanzas a tan jóvenes seres que se criaron en mi huerta y desde ella salieron al mundo.



jueves, 18 de junio de 2015

El perfil de las rocas: lagartijas colilargas

En mi viaje a las cumbres, entre las brumas, en el deshielo, muchos fueron los reptiles con los que me topé. Aunque el más espectacular fue indudablemente el lagarto ocelado de la subespecie nevandensis al que está dedicada la anterior entrada al blog, quizás el más numeroso, el omnipresente fue la largartija colilarga.


En la alta montaña (hasta los 2300 m.), en el pueblo de Trevélez, abajo en el río, poblando todo el paisaje, como las semillas voladoras de los chopos, atravesando el valle.


La primavera estaba ya avanzada, anunciando el verano y las largartijas bien despiertas del letargo invernal, asomaban el perfil de las cálidas rocas recalentadas por el sol.


La lagartija colilarga (Psammodromus algirus) habita casi toda de la península ibérica, expentuando la costa cantábrica en donde no se encuentra. Es bastante grande para ser una lagartija, destaca por las escamas puntiagudas, dos líneas dorsolaterales bastante marcadas y la cola larga a la que debe su nombre.


Al parecer, existen dos clados o taxones, uno occidental y otro oriental que se distribuye por el SE peninsular. Estas que fotografié pertenecen al taxon oriental y por ello los machos presentan una coloración menos marcada en el celo. Debemos apuntar que durante el celo a los machos la garganta se les vuelve rojiza.


En la tranquilidad de la mañana, a pesar de las nieblas pasajeras, las largartijas colilargas aprovechaban para relacionarse, comer y recalentarse en las rocas. Con sus paisajes despido esta entrada.