“Podríamos vivir bajo el rosal, salvajes como comadrejas, mudos y carentes de entendimiento. Yo podría asilvestrarme con toda tranquilidad”.
Vivir como comadrejas Annie Dillard
Se suceden los días nubosos y las deseadas lluvias, quizás insuficientes para paliar la sequía que asola estas tierras. Las gotas de agua permanecen horas sobre las hojas, a punto de resbalar por los tallos o caer a la tierra mojada. Herbáceas húmedas por doquier y barrizales. Comienzan a florecer los brezos, de los gérguenes (Calicotome villosa) comienzan a brotar las primeras hojas y los narcisos abren sus flores. Son blancas, como la nieve que jamás ha caído en estas zonas templadas. Lo más que veremos es el blanco brillante de las flores de los narcisos.
Son plantas que esconden un bulbo bajo tierra y muestran unas hojas verdes, planas, largas y estiradas, como un matojo sin más. La Sierra Carbonera es rica en plantas bulbosas, son comunes las cebollas albarranas (Drimia maritima), los gamones (Asphodelus albus) y los narcisos. Todos ellos muy similares en cuanto a forma pero claramente distinguibles por la flor.
Era una mañana nublada, de las que me gustan para salir por los campos a correr. Me decidí por Portichuelos, por si llovía. Ya he recorrido estas sendas lloviendo en otras ocasiones y no albergan peligro. Conozco bien esas veredas y la playa nunca queda demasiado lejos ofreciendo una salida digna en caso de caída o algún otro problema.
Fui a buen ritmo. Tan sólo me detuve a realizar las fotos de los primeros narcisos de la temporada. La zona se recupera del incendio del pasado verano. Este hábitat de matorral costero es resistente a los incendios. Las llamas pasan por los arbustos, carboniza las herbáceas secas, pero todo permanece latente. Las sabia de la vida se alberga en las raíces, en el calor, bajo tierra y desde allí como la vibración de un latido, un golpe súbito, surge una hoja y después otra y otra, hasta que el verde vuelve a poblar la tierra.
Estos narcisos que he fotografiado son de la especie Narcissus papyraceus. En las zonas más elevadas inmediatas a la playa comienzan a florecer por estos días fríos y húmedos. Las gotas, como perlas brillantes, recorren sus pétalos en estos días de levante fuerte. El rugido del mar me acompaña todo el trayecto. Me detengo un instante en el quemado y hago las fotos. Respiro. Cojo aire y me lanzo a la carrera, sierra arriba, en donde el verde se vuelve más cenizo a la luz tenue de este día nublado. Oigo el mar y mis latidos. Esta mañana es como si fuésemos una misma respiración.
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