martes, 29 de diciembre de 2020

Clematis cirrhosa: la floración invernal

“La vida que hay en nosotros es como el agua de un río. Este año podría haber crecidas como el hombre no ha conocido e inundaciones en las sedientas tierras altas, incluso podría ser el año memorable en que se ahoguen todas nuestras ratas almizcleras. No siempre  estuvo seca la tierra que habitamos. Veo tierra adentro las orillas que la corriente lavaba antaño, antes de que la ciencia comenzara a registrar sus riadas”.

Walden, Henry David Thoreau.

Los días se acortaron hace tiempo y el frío ha llegado muy lentamente. Poco a poco los cielos soleados han ido disminuyendo en pos de los nublados. Entre temporales de viento,  tras otro confinamiento menos drástico, otro cambio de residencia, vuelvo a la naturaleza.  Atrás ha quedado el azul turquesa del atlántico conileño y me hallo inmersa en el mediterráneo, en el estrecho de Gibraltar: mar azul añil, espesas nubes, roquedos grises, graznido de las gaviotas.

Mis primeras salidas han sido a la Sierra Carbonera en donde me he encontrado con la típica vegetación costera mediterránea. No he ido con mi cámara de fotos pues es pesada y he ido corriendo, ando explorando rutas. Así que las primeras fotos de esta andadura son de plantas y están realizadas con el teléfono móvil.

Fue un goce encontrarme a la Clematis cirrhosa en flor. Salí esa mañana a pesar del mal tiempo. Llovía a ratos y el día era bastante gris. Pero me encantan las salidas con mal tiempo: el barro, las hojas mojadas, sentirme empujada por el viento. Como decía la Clematis estaba en flor y a la tenue luz del día brillaban mojadas y su color marfil las hacía resaltar bastante sobre el paisaje verde de espinos perennes.

Se trata de una enredadera que crecía sobre otras plantas como lentiscos, o acebuches. Había muchas por la zona. He realizado la foto de una que crecía sobre algún arbusto de hoja caduca en donde puede verse muy bien y claramente. Crece por todo el litoral costero mediterráneo de Andalucía. Por la parte del sur de Portugal y el atlántico andaluz también se encuentra.

Las flores marfiles colgaban al viento mojadas abriéndose en los días invernales. No todo es primavera, también hay colorido en los días grises y cortos.

Con algunos de los paisajes de esta mañana lluviosa, desde la Sierra Carbonera, despido la última entrada de este año de tantos cambios y tantas historias que no quedaran en el olvido.




jueves, 27 de agosto de 2020

Entre las dunas: azucenas de mar.

“Me gusta ver que la naturaleza está tan llena de vida que permite el sacrificio de miríadas enteras y tolera que los unos sean presa de los otros, que organismos tan frágiles puedan ser borrados tranquilamente de la existencia, aplastados como pulpa, renacuajos engullidos por garzas, tortugas y sapos reventados en el camino, ¡y que eso haga que a veces llueva carne y sangre! Debemos asumir la ínfima importancia que tiene un accidente. El sabio sabe ver en todo esto la inocencia del universo. El veneno no es venenoso, no existen heridas fatales. La compasión carece de fundamento. La naturaleza debe ser expeditiva, no hay lugar para ruegos estereotipados”. Walden. Henry D. Thoreau.


El verano discurre por las tierras conileñas azul turquesa. Sol, viento y océano. Dunas, arena volátil y lagunas mareales. Salitre. A pesar de la pandemia, de la desescalada y de los nuevos rebrotes: acaeceres de los humanos. La naturaleza implacable.

Todos mis paseos son a pie, corriendo por los carriles de la playa de Castilnovo, última playa medio salvaje de este litoral costero. Esta forma de acceso me impide cargar con mi cámara de fotos, que pesa bastante y no es cómoda para realizar con ella actividades deportivas. Así que utilizo la cámara del teléfono móvil que llevo en una riñonera junto con las llaves. Me desplazo por las dunas ligera de equipaje.

No es buena cámara para realizar fotos de aves: hay gaviotas reidoras con el plumaje estival, alguna aguja colinegra, los correlimos siempre presentes, se oyen alcaravanes al atardecer. Pero nada de eso puedo captar, así que para esta entrada me he decidido por una planta muy especial, que toda persona asidua a las playas, seguro que ha apreciado, por su belleza y por su olor que impregna los paisajes marinos.


Se trata de Pancratium maritimum, más conocida como azucena de mar. Es una plata bulbosa muy habitual en las playas, tanto atlánticas como mediterráneas de la península ibérica. Con unas enormes flores blancas que huelen muy bien y que por estas fechas se encuentra en plena floración.


Al atardecer, cuando el sol está por caer tras el horizonte marino, cuando las aguas se tornan oscuras (azul añil), salgo a correr por los carriles de Castilnovo. A veces, si la marea está baja, atravieso las lagunas y corro por la orilla; otras veces, sólo me desplazo por los carriles, entre embriagantes azucenas de mar. Un aroma tan característico que tan sólo de pensar en la playa se hace presente. Y este año tan extraño se manifiesta en forma de paz y equilibrio más allá del muy mundanal ruido de la pandemia, se manifiesta como vida frente a la necrofilia de estos tiempos. Espero que estas pobres imágenes, pues un móvil no da para mucho, sepan expresar algo de ese amor a la vida que persiste ahí fuera.



jueves, 9 de julio de 2020

Habitantes de las arenas: Scarites


“Podéis fundir vuestros metales y verterlos en los más bellos moldes, jamás me conmoverán como lo hacen las formas que arroja esta tierra deshecha, y no sólo ella, sino también los organismos que sobre ella asientan, tan maleables como la arcilla en manos del alfarero”.

Walden, Henry David Thoreau


Tras los días del confinamiento volví a la naturaleza y me vi inmersa primero en el azul turquesa del atlántico conileño por estas fechas. Tras días de sol y playa pasé a las dunas y es con los habitantes de las arenas con los que me hayo en conexión en estos extraños días. He estado poco tiempo en casa y por eso escribo la entrada con retraso, las fotos han sido tomadas en Junio.

Como digo, fue a principios de Junio que volví a correr por el sendero que recorre la playa salvaje de Castilnovo. Con sus dunas, sus lagunas saladas y su onmipresente torre en donde por cierto una familia de ibis eremitas se abre paso.

Estos escarabajos que he fotografiado aparecieron por esos días en gran número por las arenas. Al principio pensé que se trataba de algún tipo de ciervo volante y empecé a buscar por la familia Lucanidae. Craso error. No se trata de un escarabajo de ese tipo. Y la verdad es que estaba bastante perdida. Así que puse la foto en un grupo de entomología del facebook y rápidamente me orientaron acertadamente a Scarites: familia Carabidae, subfamilia Scaritinae.


Por la zona geográfica: Conil de la Frontera y el hábitat de dunas creo que se trata de Scarites (Scallophorites) cyclops Crotch, 1871. Poco es lo que conozco de la vida de estos seres, es la primera vez que los observo y no encuentro casi nada sobre la etología de estos insectos así que lo dejaré en la identificación de la especie.


Mientras corría al atardecer por el sendero de arena todavía no muy suelta, pues había llovido los días precedentes, estos peculiares y brillantes escarabajos iban de un lado a otro dejando una huella en las dunas, una huella efímera, como la de mis tenis, como la duna misma, arena volante al capricho de los vientos.

Con sus paisajes despido la entrada.


sábado, 14 de marzo de 2020

Ibis eremitas: en los roquedos



“La tierra no es tan sólo un fragmento de historia muerta, estrato sobre estrato, como las hojas de un libro dispuestas para el estudio de todos los geólogos y anticuarios, sino que es poesía viva como las hojas de un árbol que anteceden a las flores y a los frutos;  no es una tierra fósil, sino una tierra con vida, respecto a la cual toda vida animal y vegetal es meramente parasitaria”.

Walden, H. D. Thoreau.


A principios de marzo, cuando todavía reinaba la tranquilidad en el país, y ni siquiera imaginábamos el estado de alarma, fui a desayunar a la Barca de Vejer. Era un día primaveral y llevaba mi cámara de fotos, pues esperaba encontrar por allí estas magníficas aves. Había ido en febrero pero los roquedos que usan estas aves para anidar estaban por aquel entonces vacíos. 


A decir verdad, desde que llegué a esta zona he estado intentando fotografiar los ibis eremita (Geronticus eremita). Lo había conseguido en varias ocasiones, suelen estar en torno a la torre de Castilnovo en Conil de la Frontera, pero eran fotos en vuelo, sin mucha gracia y esperaba poder ver los nidos. A principios de año localicé el lugar en la Barca de Vejer, no tiene mucha pérdida, hay un mirador habilitado para ello. Así que reuní paciencia y en los primeros días de marzo me dispuse, cámara en mano, a ir a fotografiarlos. 


Fue una mañana muy primaveral y había un gran número de ellos apostados por el roquedo. Anidan en una pared de roca no muy elevada, y justo al lado de la carretera. Me pareció increíble que no les molestase un lugar tan transitado y con tanto ruido. Pero allí estaban.


Los ibis eremita son aves en peligro crítico de extinción, en estado silvestre sólo han sobrevivido en Marruecos y escasamente en Siria. Los ejemplares que he fotografiado han sido reintroducidos en la zona. Es un ave que tras muchos cientos de años de ausencia vuelve a habitar la comarca de La Janda. En el año 2004 se introdujeron varios ejemplares nacidos en cautividad. Fue un programa de la Junta de Andalucía gracias al cual ahora podernos verlos en libertad.


Son unos ibis muy curiosos, no muy bellos la verdad. La cabeza es calva y roja, tiene el plumaje negro. Es de un tamaño grande y cuando vuela las alas son anchas y la verdad es que tiene un vuelo muy elegante. 



Desde el mirador habilitado para ello pude observar un buen rato a la colonia de ibis eremitas. Estaban abortos en la construcción de los nidos, en el reparto de los lugares para hacer los nidos y en el cortejo. Con ese pico tan curvo, allá entre las rocas, se me antojaron seres de otra época, ancestrales. Reliquias del pasado habitando nuestra primavera. 



lunes, 10 de febrero de 2020

Al abrigo del temporal: Gaviotas de Audouin

“En medio de una lluvia suave, [...] fui consciente de pronto de la dulce y beneficiosa compañía que me ofrecían la naturaleza y el repiqueteo acompasado de las gotas y cada sonido y cada imagen alrededor de mi casa, una amistad infinita e inefable, como una atmósfera fortificante que hizo desdeñables todas las ventajas imaginadas de la vecindad humana, y no he pensado más en ellas desde entonces”. Walden, H. D. Thoreau.



A finales de Enero hubo un fuerte temporal por tierras conileñas. Los días se tornaron grises y el viento y la lluvia se hicieron los protagonistas. El mar rugía y las mareas crecieron. El río Salado aumentó su caudal y se convirtió en refugio de un variopinto grupo de gaviotas. Llovía de forma intermitente así que aproveché para acercarme a hacer fotos en uno de los escampados.


Sobre todo había gaviotas reidoras, pero ya les dediqué una entrada por tierras portuguesas (gaviotas reidoras) y entre otras especies, escogí las gaviotas de Audouin (Larus audouinii).



No sé exactamente cuántas eran, quizás en torno a 6 o 7, no me quedó muy claro porque no se estaban quietas y tampoco es que estuvieran todas juntas, sino dispersas en un grupo grande en el que había reidoras, una pagaza piquirroja, gaviotas sombrías y algunas otras especies que no acierto a identificar.



Fotografiarlas ha sido complicado porque es casi imposible separarlas del resto, así que aunque he conseguido alguna individual, lo que he hecho es centrarlas en la fotos y mostrarlas rodeadas de otras gaviotas.



Escogí las gaviotas de Audouin porque son una especie más o menos rara, no muy frecuentes de ver. Es una especie mediterránea pero por estas tierras atlánticas, al estar tan cerca del Estrecho de Gibraltar, suelen adentrarse de vez en cuando. Aunque hacia el sur, es decir, bordeando la costa atlántica africana llega bastante lejos.



Es una gaviota de forma estilizada, más grande que las reidoras, pero más pequeñas que las patiamarillas. Tiene el dorso gris, la zona ventral, cabeza y cuello son blancos, el pico rojo con la punta negra, el anillo ocular rojo y las patas negras.


Como decía habita sobre todo la zona mediterránea en donde es numerosa en la cuenca del Ebro, allí por ejemplo crían. Pero esta no es su zona habitual, a veces se adentran en aguas atlánticas peninsulares y en este caso debían de refugiarse el temporal en el estrecho. No obstante, como ya he dicho la especie se distribuye por aguas atlánticas bordeando las costas africanas. Consume peces pelágicos, también invertebrados y algunos paseriformes.



No es una especie muy común y su número aunque ha ido en aumento en las últimas décadas no es muy elevado. Por ello se la considera “Vulnerable” en el Libro rojo de las aves de España, y “De interés especial” en el Catálogo Nacional de especies amenazadas.


Atardecía y los últimos rayos de sol anaranjado se escondían tras los cúmulos sobre el mar, en donde una fuerte precipitación desdibujaba sus contornos. Al amparo del río el grupo de gaviotas se preparaba para pasar la noche. Aproveché el breve escampado para realizar las fotos que ilustran la entrada. La luz se iba, los azules se deshacían en grises y pronto en noche. La lluvia volvió a caer.