Al rumor de las aguas que corren, a la sombra de los álamos,
a la vera del río Trevélez, transcurre uno de los senderos más bonitos del
Parque Nacional de la Sierra Nevada (Granada).
Como otros años en mi visita a las Alpujarras intentamos
subidas complicadas a las lagunas glaciales que reposan bajo el Mulhacén (a
3483 metros de altura). Pero la más grata de las rutas la hicimos por el valle
del río.
Allí, a la sombra la mayor parte del tiempo, acompañados del
canto de los arrendajos, andamos un buen rato. De vez en cuando, asomábamos al curso de agua y allí fue
donde encontré estas Lavanderas tan peculiares.
La Lavandera cascadeña (Motacilla
cinerea) habita las aguas rápidas, no teme a las corrientes. Su reclamo no
es demasiado sonoro, sobre todo por el ruido del curso de las aguas, por ello
más que oírla la vi. Entre los cantos rodados apenas se la distingue, en esta
foto que muestro a continuación el ave está justo en el centro de la imagen y
es apenas perceptible. Su camuflaje es perfecto para la zona que habita.
Se distingue de la Lavandera Boyera (Motacilla flava), más común en los cursos de agua de la península
Ibérica, por el dorso gris ceniza (el de
flava es verde oliva) y por la cabeza que presenta la garganta negra, y la
ceja y la bigotera blanca, (flava tiene
la garganta y la ceja blanca, y la región auricular negra).
En cuanto a sus hábitos, se trata de un ave residente en la
península (en las zonas montañosas) y también en Baleares. Las islas canarias
tienen su propia subespecie. Como decíamos habita cerca de torrentes de agua
dulce, su alimentación es insectívora (insectos acuáticos y terrestres) y
generalmente en solitaria. Este ejemplar que fotografié estaba siempre sólo. No
había, al menos que yo pudiese observar, otras lavanderas por allí. Parecía
haberse adueñado de aquel curso de agua.
Se posaba en las aguas someras y tras picotearlas saltaba de
una piedra a otra. Estoy segura de que me vio, pues no fui muy discreta, pero
parecía darle igual mi presencia. Después del reportaje yo me fui y ella siguió
en el mismo sitio. Al día siguiente volví a acercarme y volvimos a vernos. Fue
en ese segundo día cuando tomé la mayor parte de las fotos que ilustran esta
entrada. Se comportó de la misma forma, siguió a lo suyo ignorándome
completamente.
En el valle apenas llega el sol y anochece pronto. La
vegetación es espesa, a diferencia de las montañas en las que apenas crecen
matojos. El curso de agua viste de verde el valle al final del verano, mientras
que las cumbres amarillean.
Salimos temprano del sendero y nos internamos en el pueblo
de Trevélez. Con calles estrechas y sombrías simula el valle, sobre él se elevan
los picos más altos de la península.