martes, 15 de septiembre de 2015

Entre la orilla y el mar: camarones de roca



Acababa el verano y los días comenzaban a ser más cortos. La migración de las aves, hacia tierras más cálidas, ya había empezado, cuando decidimos este viaje. Llevados por el impulso de la huída del calor, quisimos conocer otras playas y eso que en mi pueblo sobran playas. 

Hacia el más lejano oeste que la península ibérica permite, viajamos. Allá donde finalizaba la tierra y se abría el inmenso mar Atlántico. Atravesando las acogedoras tierras portuguesas hasta el cabo de San Vicente encontramos la Praia da Engrina, paraíso de aguas frías y arena fina, como pan rallado.Y nos quedamos unos días, bajo el sol cálido y bajo la noche fría. 


La Praia da Engrina era tranquila, sin multitudes. Algunos días azotada por el viento las gotas del rompeolas volaban lejos y provocaban el efecto de un aspersor. A pesar del frío del agua fueron muchas veces las que nadé por allí y variados fueron los seres con los que me encontré. 


Quiero dedicar la entrada a unos muy especiales, a los que pasé grandes ratos observando. La Praia da Engrina está en una bahía pequeña y por los lados está rodeada de roquedos. El mar entra en las rocas, las atraviesa, horada e inunda. Justo en los lechos de piedra horadada, a merced de las mareas, viven los camarones de roca. 


Estos que he fotografiado son de la especie Palaemon elegans (Rathke, 1837) llamada comúnmente Quisquilla pequeña. No miden más de 50 mm y su cuerpo es casi transparente, con bandas pardas en el límite de los segmentos y numerosas manchas blancas y amarillas. Sus antenas son muy largas y a veces hacían sombra en el fondo de la charca, es por ellas que logré identificar estos camarones en más de una ocasión. 


No parecían molestos con las aguas turbulentas, cuando entraba la marea o rompían las olas en las rocas aledañas produciendo el caos por los huecos horadados en las rocas. Incluso pude ver uno saltando por encima de una roca, fuera del agua, unos segundos, hasta entrar en la siguiente charca.


Por su pequeño tamaño fueron difíciles de fotografiar, además de por lo complicado de andar por entre las rocas sin mojar la cámara. No obstante, aquí quiero dejar estas imágenes, porque en los seres más pequeños existe un misterio insondable. Tampoco es la primera entrada que dedico a los decápodos, pues ya en una ocasión anterior hablábamos del cangrejo de señal californiano. Ahora lo hago con uno autóctono, de mucho menor tamaño y con el enigma de un cuerpo transparente.