lunes, 1 de septiembre de 2014

Conejos, una historia de supervivencia



Se acaba el verano, algunos algodonales están todavía verdes, pero la blancura del algodón anuncia su inminente secado y muerte. 



Cerca de la cuneta, en el único espacio sin sembrar, han acomodado sus madrigueras los conejos. Allí, bajo los cardos secos, se abre toda un red de túneles, oscuros y calurosos.



Los conejos (Oryctolagus cuniculus) son mamíferos lagomorfos de la familia de los Lepóridos. Lo que quiero decir con tantos nombres, es que no son roedores como muchas personas piensan. 

En mis paseos puedo verlos asomar las cabezas por la madriguera, hacer tamborileos con las patas traseras y correr a esconderse bajo los cardos. Se quedan muy quietos, echados en el suelo, a los pies de las matas, esperando camuflarse hasta que yo pase y entonces vuelvan a hacer las cosas que hacen los conejos. Las posturas erguidas y los tamborileos forman parte de un sistema de comunicación bastante eficiente. No sé bien qué significan esos gestos más allá de que se trata de una alerta por mi presencia. Ellos se entienden.

Allí, bajo los cardos como venía diciendo, están las madrigueras de estos animales admirables que son un ejemplo de supervivencia. Suponen el sostén de una cadena trófica bastante importante. Un gran número de carnívoros los consume y vive gracias a ellos. Pero en estos tiempos no sólo se ven obligados a la supervivencia frente a los carnívoros, sino que otros muchos son los peligros a los que deben enfrentarse. Los pesticidas con los que fumigan los campos suelen dejar un sembrado de conejos muertos o agonizantes al principio de la primavera. A lo largo del año muchos morirán también en la carretera, la cuneta no es un sitio seguro para las crías inexpertas que serán arrolladas por los coches. Y por último enfermedades como la mixomatosis y la enfermedad hemorrágica vírica irán mermando la población sobre todo a lo largo del verano.

Es una historia de superación la del conejo, de la fuerza de la vida, bajo el peso del sol, en el pastizal ardiente, del tesón de una especie frente a los malos tiempos que se alargan por generaciones, frente a la degradación de sus hábitats, el acorralamiento, las enfermedades, la presión cinegética. Frente a la muerte los supervivientes.

He pasado un rato cerca de las madrigueras, había visto a los conejos en la distancia, pero ahora, más de cerca, parecían haber desaparecido bajo tierra. No era así, bajo los cardos secos, tras poner mucha atención he adivinado primero un ojo que me mirada, luego al animal entero. Allí estaba.



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