Se acaba el verano, algunos
algodonales están todavía verdes, pero la blancura del algodón anuncia su
inminente secado y muerte.
Los conejos (Oryctolagus
cuniculus) son mamíferos lagomorfos de la familia de los Lepóridos. Lo que
quiero decir con tantos nombres, es que no son roedores como muchas personas
piensan.
En mis paseos puedo verlos asomar
las cabezas por la madriguera, hacer tamborileos con las patas traseras y
correr a esconderse bajo los cardos. Se quedan muy quietos, echados en el
suelo, a los pies de las matas, esperando camuflarse hasta que yo pase y
entonces vuelvan a hacer las cosas que hacen los conejos. Las posturas erguidas
y los tamborileos forman parte de un sistema de comunicación bastante eficiente.
No sé bien qué significan esos gestos más allá de que se trata de una alerta
por mi presencia. Ellos se entienden.
Allí, bajo los cardos como venía
diciendo, están las madrigueras de estos animales admirables que son un ejemplo
de supervivencia. Suponen el sostén de una cadena trófica bastante importante.
Un gran número de carnívoros los consume y vive gracias a ellos. Pero en estos
tiempos no sólo se ven obligados a la supervivencia frente a los carnívoros,
sino que otros muchos son los peligros a los que deben enfrentarse. Los
pesticidas con los que fumigan los campos suelen dejar un sembrado de conejos
muertos o agonizantes al principio de la primavera. A lo largo del año muchos
morirán también en la carretera, la cuneta no es un sitio seguro para las crías
inexpertas que serán arrolladas por los coches. Y por último enfermedades como
la mixomatosis y la enfermedad hemorrágica vírica irán mermando la población
sobre todo a lo largo del verano.
Es una historia de superación la
del conejo, de la fuerza de la vida, bajo el peso del sol, en el pastizal
ardiente, del tesón de una especie frente a los malos tiempos que se alargan
por generaciones, frente a la degradación de sus hábitats, el acorralamiento,
las enfermedades, la presión cinegética. Frente a la muerte los supervivientes.
He pasado un rato cerca de las
madrigueras, había visto a los conejos en la distancia, pero ahora, más de
cerca, parecían haber desaparecido bajo tierra. No era así, bajo los cardos
secos, tras poner mucha atención he adivinado primero un ojo que me mirada,
luego al animal entero. Allí estaba.
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