jueves, 25 de septiembre de 2014

Habitantes de agua dulce: el cangrejo de señal



Esta historia  tiene lugar por tierras segovianas. Nos dirigíamos a Pedraza, pero al pasar por La Velilla, hicimos un alto en el camino. 

El pueblo está junto al río Cega y asomando a su orilla conocimos a tan extraordinarios habitantes. 


Los cangrejos de río son crustáceos de agua dulce. En la península ibérica siempre los hubo, pero cada vez es menos frecuente encontrarlos. Como todos los seres vivos de agua dulce presentan un declive enorme, sobre todo debido a la contaminación y sobreexplotación de los ríos, arroyos y lagunas.

Actualmente la especie autóctona o europea es rara de encontrar y son especies invasoras las más comunes. Concretamente el héroe de la jornada fue el cangrejo de señal californiano: Pacifastacus leniusculus.


El río no tenía mucha profundidad y allá en el fondo, entre las piedras, pronto pudimos distinguirlos. El agua estaba bien fresca y era nítida allá donde la corriente se sosegaba. Los había de diversos tamaños. Sus pinzas son inconfundibles, a estos  cangrejos se les llama “de señal” por la mancha blanca que presentan en las quelas. 



Han sido introducidos por toda Europa y son originarios de la zona pacífica de Norteamérica. En España se le dio su lugar en el Catálogo de especies exóticas invasoras de 2011 y supone una amenaza para las especies autóctonas.
A pesar de eso, esta viajante especie, cuyo traslado dependió de la mano humana, y cuyo desastre es responsabilidad de la misma, habita los ríos de la península despreocupadamente. 


Con una barita saqué un ejemplar, con sus quelas al aire, se mantuvo sobre una piedra unos instantes, que aproveché para realizar las fotos. Después de un momento gesticulando con sus pinzas algunas amenazas, se introdujo en el agua y comenzó a nadar de espaldas como el más aventajado de los peces  hasta pararse allá en el fondo, entre las piedras. 





lunes, 1 de septiembre de 2014

Conejos, una historia de supervivencia



Se acaba el verano, algunos algodonales están todavía verdes, pero la blancura del algodón anuncia su inminente secado y muerte. 



Cerca de la cuneta, en el único espacio sin sembrar, han acomodado sus madrigueras los conejos. Allí, bajo los cardos secos, se abre toda un red de túneles, oscuros y calurosos.



Los conejos (Oryctolagus cuniculus) son mamíferos lagomorfos de la familia de los Lepóridos. Lo que quiero decir con tantos nombres, es que no son roedores como muchas personas piensan. 

En mis paseos puedo verlos asomar las cabezas por la madriguera, hacer tamborileos con las patas traseras y correr a esconderse bajo los cardos. Se quedan muy quietos, echados en el suelo, a los pies de las matas, esperando camuflarse hasta que yo pase y entonces vuelvan a hacer las cosas que hacen los conejos. Las posturas erguidas y los tamborileos forman parte de un sistema de comunicación bastante eficiente. No sé bien qué significan esos gestos más allá de que se trata de una alerta por mi presencia. Ellos se entienden.

Allí, bajo los cardos como venía diciendo, están las madrigueras de estos animales admirables que son un ejemplo de supervivencia. Suponen el sostén de una cadena trófica bastante importante. Un gran número de carnívoros los consume y vive gracias a ellos. Pero en estos tiempos no sólo se ven obligados a la supervivencia frente a los carnívoros, sino que otros muchos son los peligros a los que deben enfrentarse. Los pesticidas con los que fumigan los campos suelen dejar un sembrado de conejos muertos o agonizantes al principio de la primavera. A lo largo del año muchos morirán también en la carretera, la cuneta no es un sitio seguro para las crías inexpertas que serán arrolladas por los coches. Y por último enfermedades como la mixomatosis y la enfermedad hemorrágica vírica irán mermando la población sobre todo a lo largo del verano.

Es una historia de superación la del conejo, de la fuerza de la vida, bajo el peso del sol, en el pastizal ardiente, del tesón de una especie frente a los malos tiempos que se alargan por generaciones, frente a la degradación de sus hábitats, el acorralamiento, las enfermedades, la presión cinegética. Frente a la muerte los supervivientes.

He pasado un rato cerca de las madrigueras, había visto a los conejos en la distancia, pero ahora, más de cerca, parecían haber desaparecido bajo tierra. No era así, bajo los cardos secos, tras poner mucha atención he adivinado primero un ojo que me mirada, luego al animal entero. Allí estaba.