"No podría ser poeta sin la naturaleza. Otros, sí. Yo, no. Para mí, la puerta al bosque es la puerta al templo. Bajo los árboles, por las pálidas laderas de arena, camino en un vínculo creciente con el éxtasis, que celebro con palabras. Veo y amo con locura lo manifiesto"
Horas de Invierno, Mary Oliver
Los días de otoño son oscuros y cortos. La luz del sol ilumina cegadora algunos ratos, proporcionando intensidad a los colores que brillan un instante antes de oscurecerse. Han llegado ya las primeras lluvias, fugaz nutriente para los suelos secos del verano.
El pinar del Rey continúa seco a pesar de las breves lluvias. Los suelos absorbieron hasta la última gota y las arenas siguen polvorientas. Sobre ellas caen las bellotas anaranjadas y son como rocas pulimentadas, cantos de ríos del color de los troncos descorchados.
El agua de las lluvias debió de nutrir lo más profundo, las raíces y los bulbos. De entre las plantas secas, de los esqueletos marrones sobresalen muy a ras de suelo las escilas otoñales (Prospero autumnale (L.) Speta), endebles tallos verdes cargados de ramilletes de flores morados. Son tan pequeños estos jacintos que no creo que ninguno alcanzase los 20 cm, pero no puedo decirlo con seguridad, pues no medí ninguno, ni llevaba metro.
Había un prado seco en el que florecían muchísimos de ellos, agrupándose al borde del carril de arena. Sus florecillas eran un toque de color frente a la gama naranja-gris de los tallos secos.
Tan pequeñas las flores, tan endebles y delicados los tallos, pero ahí están los primeros del otoño en el pinar seco. Una fuerza oculta bajo tierra que se abre paso antes del invierno. Cómo no ser poeta en la naturaleza, tan grandes dones otorga al que se entretiene y aprende a ver..jpeg)

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