domingo, 21 de septiembre de 2025

Zarzamora: la dulzura con espinas


“Me llamo Silencio. Silencio es mi vivac y mi cena, que tomo a sorbos de un bol. Por las mañanas me visto con ristras sueltas de piedras. Mis ojos son piedras; una esquirla de la banquisa me llena la boca. Mi cráneo es una cuenca polar; en mi cerebro crecen glaciares, icebergs, hielo graso y témpanos. Los años pasan aquí.”
Enséñale a hablar a una piedra. Annie Dillard

En la sierra se hace el silencio, se abre paso en las cumbres. Las ideas se acallan y queda la respiración, el latido, el animal que somos. El silencio es salvaje, es el descanso en el camino antes de volver a lo humano.  El silencio es el origen de la palabra. 


Estos primeros días de septiembre han resultado de levante por estas tierras del Estrecho de Gibraltar. Días por lo tanto nubosos, aunque de un bochorno cálido y pegajoso. Aprovechando las primeras horas de mañana y la ausencia de sol he vuelto a subir a Sierra Carbonera en varias ocasiones. 



Los campos están secos todavía, se mantienen verdes los lentiscos y los palmitos. Las piedras sueltas levantan polvo cuando paso, pero como está muy nublado la subida no es muy dura. Se hizo el silencio en mi cabeza mientras subía y en la cumbre, antes las vistas de las bahía respiré profundo. Fue un momento de calma antes de la bajada, antes de que se abrieran las nubes, antes de llegar a la orilla del mar en donde en el agua helada me esperaba un breve chapuzón.


En la apresurada bajada, a la huída del rayo de sol y la subida de las temperaturas, me puse a pensar en qué otro fruto madura en estos días en que el verano declina. El palmito al que le dediqué la entrada anterior y ¿qué más? ¿qué más alimenta a los habitantes de Sierra Carbonera en estos días de transición? 



Y estaba antes mis ojos, la zarzamora, Rubus ulmifolius, con sus dulces moras maduras. Esta enredadera espinosa está por todas partes, llena de recuerdos de la infancia, de cuando iba al río con mis abuelos y llenaba una bolsa de moras. Después de lavarlas bien me las iba comiendo y como tiñen siempre acababa con la ropa manchada y mis dedos negros. A veces como no llevaba bolsa las metía en algún bolsillo que acababa manchado inevitablemente y me caída también inevitablemente una reprimenda por ello. 



Los días en el río de la infancia, cazando ranas, intentando pescar barbos y la recolección de la dulce mora. También de arañados y de ropa rota por haberse enganchado en sus espinas. El terror de los trails runners, porque los cortes son profundos, porque sus espinas desgarran y nunca dejan un corte limpio.


A veces he hecho mermelada con estas moras, aunque las del árbol de mora son mejores para ello. Estas son un poco más ácidas. No pude resistirme y me comí algunas, como los animales salvajes.



La zarzamora es un arbusto trepador, bastante impenetrable que puede tener hasta cinco metros de envergadura. Sus hojas permanecen verdes todo el año y sus ramas de un color violeta oscuro posee poderosas y afiladas espinas.


Su fruto, la mora es al principio rojizo y finalmente negro. Está formada por drupas escasas y gruesas, agrupadas en cabezuelas globosas de sabor dulce y comestibles para los humanos.  Suelen estar maduras todo el verano, por lo que forman parte de la dieta de los seres que habitan la sierra por estas fechas.



En Sierra Carbonera está por todas partes, generalmente cerca de arroyos o de zonas en donde se acumule un poco de agua. Tomé algunas fotos de la planta, la saboreé después llenándome de recuerdos de la infancia, y seguí mi camino de vuelta al ruido de los días que pasan inexorables.