Una vida entera y en esto se resume todo:
belleza y terror.
Mary Oliver, La escritura indómita
La primavera ha llegado a la Sierra de Grazalema, pero de forma inusual me parece. Porque no he andado mucho tiempo por estos montes y carezco de la perspectiva histórica necesaria para asegurarlo. Pero es la zona de España con más alta pluviometría y en estos días que he pisado la sierra estaba todo seco. No ha caído una gota en semanas y hacía un calor más propio del verano que de la primavera. Aún así, al impulso de la vida primaveral han florecido las herbáceas, los lirios, los espinos, los gamones y las orquídeas.
En la península ibérica todas las especies de orquídeas son terrestres (no las hay epífitas, ni trepadoras). Son plantas perennes, pero en la estación no favorable alguna de ellas subsisten de forma subterránea y por eso no son visibles todo el año. Los tallos aéreos crecen verticalmente y terminan en inflorescencia. Las flores son muy características.
Todo un alarde de sincronización, de complicidad entre planta e insecto. Apenas entendemos cómo se han fraguado las complejas relaciones entre los seres que habitan esta tierra. La bella atracción de una flor para un insecto que la hará germinar allende su territorio, creyendo que procrea para sí mismo, para su especie, (quizás había que eliminar el creyendo porque una avispa no cree nada) se convierte en agente de dispersión de otros seres, unos que durante el invierno laten bajo tierra ajenos a la superficie y que ahora, en estos días primaverales, extienden sus tallos sobre la tierra y abren sus flores para realizar una llamada confusa a la avispa que intenta procrear y multiplicarse sobre la tierra.