Comienza el año entre nubes, chubascos y días de intenso frío. Pero la Sierra Carbonera ya sabe que se acerca la primavera, como un gigante hibernando, un oso en la cueva, abre los ojos y con un rayo cálido de sol despierta. El tojo abre sus flores amarillas, algunos brezos lucen como pendientes sus flores moradas y en los tallos elevados de los gamones se esbozan las flores, algunas de ellas incluso abren ya ante mi mirada atónita. ¿No es muy pronto? Pero no lo es. El verdecillo canta ya en las ramas de los eucaliptos.
Es un día muy ventoso, las nubes vienen y van, a tal velocidad que la Sierra se llena de vivos colores y brilla como gritando, los charcos deslumbran, como tan pronto se oscurece y las formas se deshacen y debo adecuar la mirada. A veces tengo que parar para que mis ojos asimilen la transición.
El blanco de los pétalos brillaba intensamente y llamó mi atención. De pronto quedó oscurecido por una nube. El cielo transita sobre nuestras cabezas, luz, sombra, brillo, oscuridad, azul, negro, día, noche. El paso del tiempo, franqueamos los años, los segundos, los minutos, las horas, el latido de nuestro corazón.