“Quisiera tenderme en la cuneta,
derretirme y gotear por la nieve,
alma y cuerpo mezclados con la corriente,
también fluyo por los poros de la naturaleza”
El deshielo H. D Thoreau
En estos días de primavera, tras las fuertes lluvias, entre el barro y la floración, anduve por los senderos del Campo de Gibraltar. Corriendo. entre la fragancia de los gérguenes, unas veces saltando piedras, resbalando otras en el barro. Un paso detrás de otro, una respiración tras otras, en concordia con los ritmos de la naturaleza.
Me cuesta ser concreta, elegir una sola especie, entre la amplia variedad que prolifera en estas fechas. Flores de todo tipo, aves migratorias, insectos, especies que dormían al invierno y despiertan a los días templados, a las lluvias vivificantes. Hojas que nacen verdes brillantes, pétalos que se abren a la reproducción, aves que se pintan de amor, el anuncio de nuevas vidas, seres que poblarán el futuro verano, que pisaran los senderos por primera vez, huellas que marcarán el futuro, el tiempo que se abre paso, ese fluir por los polos de la naturaleza del que habla Thoreau en su poema.
Es difícil centrar la vista en otra parte que no sea el camino cuando vas corriendo por los senderos serranos. Una distracción puede costarte una caída. Iba concentrada en las rocas del camino, pero acabada una cuesta arriba, paré a respirar, coger el aire perfumado de estos días con fuerza. Recupera las pulsaciones, el compás del corredor. Y entonces miré a mi alrededor. El amarillo de los guérguenes ocupaba la mayor parte del paisaje. Bajo ellos jacintos azules, cantuesos, margaritas y crisantemos, jaras blancas y rosas. Entre el amarillo, casi a ras de suelo, una flor llamó mi atención. Una nunca vista, de pétalos delicados. La mata era estrellada, con unas extrañas hojas peludas. La conocía por fotografías, pero nunca me había encontrado con ella.
Se trata de Drosophyllum lusitanicum, una planta única. Es endémica de la herriza o brezal mediterráneo del suroeste de la península ibérica y del extremo noroccidental de África. Es nuestra planta carnívora, una singularidad cuya mayor densidad de poblaciones se distribuye en torno al estrecho de Gibraltar. Esta peculiar habitante no sólo es rara por ser una planta carnívora, sino que dentro del conjunto de las plantas carnívoras del planeta es única. Por ejemplo la mayor parte de estas plantas crecen en suelos encharcados o saturados de agua, mientras que esta especie lo hace sobre suelos secos. La opción carnívora es para muchas plantas una adaptación a suelos de fertilidad escasa. Las raíces de esta planta no poseen las adaptaciones morfológicas adecuadas para extraer nutrientes del suelo y por eso los obtiene de los insectos que atrapa entre sus hojas.
Nuestra especie tiene unas glándulas en sus hojas a través de las que secreta una sustancia azucarada que desprende un aroma dulce que atrae a sus presas, generalmente moscas y pequeños insectos. De hecho, encontré varias matas, unas cercanas a otras, y en todas ellas, pude observar como en las hojas habían atrapados diversidad de pequeños insectos alados. Para ingerirlos, las mismas hojas excretan unos enzimas digestivos a través de otras glándulas y éstos disuelven los tejidos de los insectos, que serán absorbidos por las hojas. Quedarán sólo sus exoesqueletos como fantasmas de aquellos seres que vinieron a estas hojas a morir. El aroma engañoso de la naturaleza, que da vida y muerte a infinidad de seres en una cadena interminable. Para acabar os dejo el enlace a un vídeo documental dedicado a esta especie, realizado por el departamento de Biología de la Universidad de Cádiz. Concretamente, el grupo de investigación FEBIMED.
Nuestra planta carnívora