“Me gusta ver que la naturaleza está tan llena de vida que permite el sacrificio de miríadas enteras y tolera que los unos sean presa de los otros, que organismos tan frágiles puedan ser borrados tranquilamente de la existencia, aplastados como pulpa, renacuajos engullidos por garzas, tortugas y sapos reventados en el camino, ¡y que eso haga que a veces llueva carne y sangre! Debemos asumir la ínfima importancia que tiene un accidente. El sabio sabe ver en todo esto la inocencia del universo. El veneno no es venenoso, no existen heridas fatales. La compasión carece de fundamento. La naturaleza debe ser expeditiva, no hay lugar para ruegos estereotipados”. Walden. Henry D. Thoreau.
El verano discurre por las tierras conileñas azul turquesa. Sol, viento y océano. Dunas, arena volátil y lagunas mareales. Salitre. A pesar de la pandemia, de la desescalada y de los nuevos rebrotes: acaeceres de los humanos. La naturaleza implacable.
Todos mis paseos son a pie, corriendo por los carriles de la playa de Castilnovo, última playa medio salvaje de este litoral costero. Esta forma de acceso me impide cargar con mi cámara de fotos, que pesa bastante y no es cómoda para realizar con ella actividades deportivas. Así que utilizo la cámara del teléfono móvil que llevo en una riñonera junto con las llaves. Me desplazo por las dunas ligera de equipaje.
No es buena cámara para realizar fotos de aves: hay gaviotas reidoras con el plumaje estival, alguna aguja colinegra, los correlimos siempre presentes, se oyen alcaravanes al atardecer. Pero nada de eso puedo captar, así que para esta entrada me he decidido por una planta muy especial, que toda persona asidua a las playas, seguro que ha apreciado, por su belleza y por su olor que impregna los paisajes marinos.
Se trata de Pancratium maritimum, más conocida como azucena de mar. Es una plata bulbosa muy habitual en las playas, tanto atlánticas como mediterráneas de la península ibérica. Con unas enormes flores blancas que huelen muy bien y que por estas fechas se encuentra en plena floración.
Al atardecer, cuando el sol está por caer tras el horizonte marino, cuando las aguas se tornan oscuras (azul añil), salgo a correr por los carriles de Castilnovo. A veces, si la marea está baja, atravieso las lagunas y corro por la orilla; otras veces, sólo me desplazo por los carriles, entre embriagantes azucenas de mar. Un aroma tan característico que tan sólo de pensar en la playa se hace presente. Y este año tan extraño se manifiesta en forma de paz y equilibrio más allá del muy mundanal ruido de la pandemia, se manifiesta como vida frente a la necrofilia de estos tiempos. Espero que estas pobres imágenes, pues un móvil no da para mucho, sepan expresar algo de ese amor a la vida que persiste ahí fuera.