“He estado atento para detenerme
ante el cruce de dos eternidades, el pasado y el futuro, que no es sino el
momento presente, y conformarme con esa divisoria”.
Walden, H. D. Thoreau
Los días se alargan y el calor
comienza a apretar a mediados de mayo. Por tierras conileñas el viento golpea
con fuerza la costa y las aves buscan refugio donde pueden. El cielo es azul
limpio y el mar turquesa. Azotada por el viento, en la desembocadura del río Salado encontré a tan magnífica ave.
A decir verdad, la garceta común
es un ave muy frecuente, que habita toda la franja costera de la península,
pero por ello no dejar de ser bella. Y en este día de fuertes vientos, en que el
penacho de plumas de la nuca era como una melena abandonada a los vaivenes del
viento, fue todo un sublime hallazgo.
Se la distingue de otras garzas
por el penacho de plumas ya mencionado, su color blanco, el pico largo negro,
las patas negras y los dedos amarillos y un área desnuda delante del ojo que es
amarilla y sobre todo puede verse en época de cortejo.
Parece ser que su presencia suele
estar relacionada con los arrozales y aunque todavía no la he visto personalmente
sé que hay de arrozales por la zona. No obstante es una habitante de los
ambientes acuáticos. Siempre que haya aguas someras y tranquilas con alguna
vegetación allí la encontraremos.
Su dieta se basa en pequeños
peces, anfibios, crustáceos, lombrices, lagartijas e incluso pequeños mamíferos.
Este ejemplar andaba removiendo el limo incansablemente a la búsqueda de alguna
presa. Puesto que por esta fecha suelen nacer las crías, hemos de suponer que
la necesidad de avituallamiento es mayor y su trabajo doble. El ejemplar no obstante
estaba sólo.
La garza parecía ajena a mi
presencia, muchas son las personas que cruzan el río Salado por el puente,
desde donde realicé las fotos, al día y debía de estar acostumbrada. Pude
tomarme tiempo para realizar las fotos, cosa bastante poco habitual en mí. La
garza no iba a ir a ninguna parte, de hecho, fui yo quien me fui y el ave
siguió allí imperturbable concentrada en su búsqueda, moviéndose torpemente debido
al azote del viento.
La tierra anaranjada contrastaba
con el turquesa del agua marina y el celeste del cielo creando un paisaje de enorme
belleza. Paisaje por el que además, la garza, elegante y esbelta paseaba
proporcionando un tono blanco a la gama de azules y ocres. Un paisaje digno del
mejor pintor.