El tiempo se paraliza en los días de agosto, bajo el peso del
sol. Cuando el dorado astro está alto, los campos utreranos parecen deshabitados,
como si la fugacidad del día hubiese quedado suspendida.
Salgo en bicicleta muy poco en estos días tan calurosos, tan sólo
cuando logro levantarme temprano. Conforme avanza la mañana el campo se vuelve
sofocante. Hay mañanas en las que ni siquiera cantan las aves. Alguna cogujada
a lo lejos, alguna perdiz y poco más.
Agosto es más bien el reino de las rapaces, sobre todo de los
milanos negros que sobrevuelan los campos desiertos, en barbecho, en busca de
alimento.
Pero cerca de las vías del tren han anidado las golondrinas
dáuricas. Lejos del pueblo, en la soledad de los campos segados, han construido
sus nidos de barro (que tienen una característica forma, como de iglú invertido,
con un túnel de entrada).
Esta especie de golondrina (Cecropis daurica), más agreste
que la común, procede de áfrica. Se distingue de la común por poseer la nuca,
la cara y el obispillo anaranjados. No hay diferencias por sexo entre ellas,
todas son iguales en cuanto a plumaje y tamaño. Su canto es muy parecido al de
la golondrina común, quizás de menor volumen. Personalmente no soy capaz de distinguirlas
por el canto, pero sí por su plumaje, ahí las diferencias son bien claras.
Las que crían por esta zona proceden de áfrica, como decía,
pero la especie también habita parte del continente asiático. Las que veranean
por los campos utreranos llegan desde el Sahel en marzo y se quedan por aquí
hasta finales de septiembre, suelen ser las últimas golondrinas en irse. El año
pasado identifiqué el último ejemplar el 30 de septiembre, cuando las
golondrinas comunes se habían ido a principios del mes.
Me acerqué el puente en donde anidan, sobre las vías del
tren, lejos de los nidos. Es importante para alguien que fotografía la
naturaleza, respetar los entornos naturales y conocer las posibles alteraciones
que su presencia pueda ocasionar. Fotografiar nidos de aves en la época de
cría, puede ser nefasto. Cuando las aves están incubando y se sienten
molestadas por la presencia humana pueden abandonar el nido, los huevos pierden
el calor y los embriones mueren. Si los pollos están crecidos puede que
intenten seguir a los adultos y abandonen el nido antes de tiempo, quedando a
merced de los depredadores. Conocer el medio ambiente es imprescindible para
fotografiar la naturaleza. Capturar una imagen a cambio de hacer desaparecer
del entorno a una especie no compensa, no tiene sentido alguno. Los
conocimientos son necesarios para la comprensión del medio y estos requieren el
esfuerzo del conocer, no basta con buenas intenciones que pueden no servir para
nada.
Como decía, no me acerqué a los nidos y me coloqué en un lugar por el que pasaban en vuelo. Unas libélulas estaban posadas en las hojas superiores de la retama y sus alas brillaban como trozos de cristal, cerca de la bicicleta. Las golondrinas dáuricas volaban veloces, sin rumbo aparente, sobre los campos secos.
Fotografiar una golondrina en vuelo es complicadísimo y con
el calor que hacía, sin trípode, a pulso, y sin usar la opción de ráfaga (que a
mi gusto le resta calidad a la imagen) estas imágenes son las que conseguí.
Creo que consiguen expresar, a pesar de sus limitaciones, la grandeza de esta
ave agreste, que sobrevuela los campos, aún en los días más calurosos, cuando
las otras aves se refugian del sol, descansan y callan, convirtiendo el campo
en silencioso.
Volaban como flechas fugaces, anaranjadas, por los trigales
secos, a la búsqueda de insectos, imprimiendo un movimiento único a los
paisajes tan quietos del final del verano.