Abren las flores en esta estación
lluviosa. Verdean los campos. Los mosquitos, las mariposas y un sinfín de
insectos acaban de nacer. Revolotean por doquier.
En estos días de marzo, al olor
del azahar, han acudido numeras aves veraneantes. Pasarán aquí unos meses entre
los calores veraniegos, el sol taladrante y los campos secos.
Cayeron ya las primeras lluvias y
tras ellas quedaron multitud de charcas. No hizo falta que saliera en
bicicleta. Simplemente, cámara en mano, di un paseo. Estas son algunas de las
imágenes que tomé.
Aviones y golondrinas se apresuraban,
antes de que las charcas quedaran secas, en recoger todo el barro posible para
la construcción de sus nidos. Muchas aves acumulándose en torno a pequeñas
charcas, de escasos centímetros, todas, juntas, especies distintas, pero
juntas, unidas en un mismo afán: acarrear el preciado barro, el elemento básico
de sus nidos; aves alfareras, venidas de lejos, desde el áfrica subsahariana a
esta primavera.
Varios tipos de golondrinas
residen por Utrera, las comunes (Hirundo
rustica) son las que he fotografiado. Llegaron hace ya bastante tiempo, a
finales de enero y habitan en el pueblo de Utrera aprovechando las
construcciones humanas. Las golondrinas dáuricas (Cecropis daurica) también visitan estas tierras, pero aún no las he
visto, suelen llegar más tarde y nunca anidan en las zonas urbanas. Son más
campestres.
Los aviones comunes (Delichon urbicum) de un tamaño un poco
menor que las golondrinas, son negroazulados por arriba y blancos por abajo. En
vuelo el obispillo blanco los caracteriza. Son los más numerosos. La población
española quizás sea la mayor de Europa. Y de hecho, en las charcas su presencia
era mayoritaria.
Mientras realizaba las fotos, una
cigüeña blanca, aprovechaba también el momento, para aprovisionar su nido y
recogía ramas del suelo.
Y por si fuera poco, otra ave
veraneante apareció por allí. Se trataba de un alcaudón común (Lanius senator), especie que está en
cierto declive en los últimos años y que es muy característica del Mediterráneo.
Se posó unos momentos en un eucalipto y fue suficiente para ilustrar esta
entrada.
Seguí caminando, cámara en mano,
más allá de las charcas. Tomé así, algunas otras fotografías de los paisajes
que por estos días pueden encontrarse en los campos utreranos. Me hallé
capturando paisajes, recortándolos y reduciéndolos a mi objetivo. Y me hallé
reconociendo la imposibilidad de su reproducción. Tendrán que consolarse con la
reducción de mi mirada.
Mi mirada sobre los campos de
trigo verde, que ya pronto se volverán amarillos, secos, con esa textura tan
atractiva que sólo el trigo puede aportar a un paisaje. Pero todavía verdea. Y
así, verdes aún, intenté capturar el inacaparable brillo del trigal y más allá,
el contraste del verde con los campos amarillos de colza.
Andando un poco más, encontré algo
que no es muy común (al menos es la primera vez que veo este cultivo). Se trata
de los campos de altramuces (Lupinus
albus). Son de una belleza espectacular, con una floración ramificada muy
densa y hojas estrelladas. Fueron para mí una novedad.
Con tan enorme variedad de
especies animales y vegetales, imposible me era ser concreta. Así es la
primavera, así la multiplicidad. Hay que verla. Serla. Nada más.