En noviembre los campos están arados, en barbecho, a
la espera de que pasen las fiestas, los fríos invernales y aclare el sol de
febrero. Todo es más bien gris, por lo nublado del cielo que oscurece la tierra
y al carril de arena.
En los bordes del carril han quedado algunas matas,
los palmitos, ramas secas: matorrales. No hay árboles en el carril de arena. A las
tarabillas no les importa. Ellas han ocupado los matorrales y posadas desde lo
más alto observan a los paseantes.
La Tarabilla europea, Saxocila rubicola, es un ave
residente en la península ibérica, pero en estas fechas realiza una migración
parcial. Muchas se desplazan a las zonas más sureñas en busca de temperaturas
más cálidas. Por eso ahora veo tantos ejemplares en el carril de arena.
La especie presenta dimorfismo sexual, es decir, las
hembras y los machos no son iguales. Los machos tienen un colorido más intenso,
la cabeza es negra, el pecho anaranjado y poseen el obispillo blanco.
En cambio, las hembras son de un color más pardo y
están mejor camufladas en los matorrales.
A las tarabillas les encanta posarse en las zonas
más altas de los mismos y desde ahí observar todo lo que ocurre. El reclamo que
emiten es muy característico, un chasquido corto y repetido que podría transcribirse
como chac-chac-chac-chac.
Paseando por el carril de arena salieron algunas a
mi encuentro, desde lo más alto de las matas emitían su reclamo mientras yo las
fotografiaba. Primero vi a un macho, su colorido es más vistoso y por eso me resultó
más fácil encontrarlo. Pero luego la hembra se posó en un palmito que tenía
cerca y en donde pude realizar el resto de las fotos.