jueves, 28 de marzo de 2024

La dulzura de la primavera: Lavandula stoechas

 “Primavera: se eleva de la tierra una dulzura tan abrasadora que te colma, a Dios gracias, de desorden”. Horas de Invierno, Mary Oliver.



Marzo transcurre entre charcos y barro. Días nubosos, tormentas y un rayo de sol. Sierra Carbonera florece. Los gérguenes ya están en flor, los gamones hace ya tiempo que perdieron sus flores y exhiben sus varas, timones sin rumbo, a merced de los vientos. 


La olorosa Lavandula stoechas empezó a florecer en febrero y se encuentra en plena floración tapizando con su nota de color las laderas antaño secas de la sierra. Sus hojas son de un verde apagado, como grisáceo, mientras que la inflorescencia en espigas cuadrangulares es violeta. 



Es una planta muy común por la zona, típica del matorral mediterráneo. En las guías de naturaleza se la conoce por el nombre vernáculo cantueso, pero la verdad es que nunca he oído a nadie llamarla realmente así. Romero o lavanda silvestre son las denominaciones más comunes para mí.



Aprovechando el rayo de sol subí a la sierra, hice frente al fuerte viento y volví bajo la lluvia. En el barro de los zapatos me llevé piedras, semillas, arena, hojas rotas, el desorden de la primavera. Las ranas croaban y los espárragos lucían verdes sus retoños. 


Al rozar la mata de lavanda se desprendió su dulzura. Una mariposa vino a posarse en la flor violeta bajo la fugaz luz del sol. El mar turquesa lucía tranquilo en la bahía, pero en el levante se agitaba espumoso y rugía como el motor de una poderosa maquinaria. 



Así es la primavera, en la inconsistencia  se revelan sus tesoros.






sábado, 30 de diciembre de 2023

Fin de año: la mandrágora de la sierra

 

"Los salvajes espacios yermos del mar y las pálidas dunas sobre las que planea un halcón son para mí los espacios ceremoniales que en la liturgia ocupan la oración, el himno, el sermón, el silencio, la homilía, la escritura, la arquitectura de la propia iglesia”.

Horas de invierno, Mary Oliver.



Los días de diciembre son cortos, pero este año muy luminosos. El sol brilla con fuerza en un cielo azul intenso, sin nubes, lo cual es raro en estas tierras. 


He subido muchas veces a Sierra Carbonera. Por la encrespada ladera llevaba un tiempo buscando la mandrágora. Sabía que florecía por estas fechas, pero cuando la planta no está en flor no soy capaz de identificarla. Paso por esa cresta muchísimas veces a lo largo del año, pero tan sólo en diciembre veo la mandrágora. La planta como tal no tiene nada llamativo, pero cuando está en flor llama la atención. Esas flores moradas y delicadas resaltan entre las plantas secas y sobre la arena rojiza, arcillosa de la sierra. 



La mandrágora (M. autumnalis Bertol) es una planta fantasma. A principios de diciembre la vi en flor por primera vez este año. El año pasado también la vi en diciembre. Estaba abriendo las flores y no resultó muy fotogénica. A la siguiente semana volví a subir y es el momento en el que tomé las fotos que ilustran esta entrada. Hoy, día 30 de diciembre, he vuelto a subir y ya no he sido capaz de verla. Está bajo los matorrales, es una planta sin tallo con hojas anchas y carnosas, nada vistosa. Las flores de color morado se disponen en el centro formando una roseta. Es lo que hace a la planta llamativa. Pierde las hojas en los meses de verano y se mantiene latente bajo tierra. Las raíces tuberosas son famosas pues al parecer recuerdan vagamente a una forma humana. Jamás he visto sus raíces. 



En Sierra Carbonera tampoco he encontrado otra mata de mandrágora. Tan sólo esta y la veo en los días de diciembre. He buscado por los alrededores otras matas, pero nada. Persiste este único ejemplar en la cresta empinada, entre roquedos. 


Hoy ya no fui capaz de verla, las flores han debido marchitarse y se ha convertido en una planta más entre las múltiples hierbas que verdean en la sierra, a pesar de la sequía. 



Vemos lo que sabemos ver. El monte se compone de aquellos seres que sabemos identificar, lo demás pasa indiferenciado ante nuestros ojos, como si no existiese. Hay un mundo ahí fuera por descubrir. 


La mandrágora de los días de diciembre se ha vuelto a ocultar hasta el año que viene. Se reintegra en la multitud y se vuelve invisible a mi mirada. El sol sale, se oculta, nace, y comienza otro año. Esta es la arquitectura de mi templo.






domingo, 26 de noviembre de 2023

Vuelvepiedras: paseantes de las costas

“Lo que la naturaleza nos da, nunca nos resulta suficiente. Debemos refrescar constantemente nuestra mirada con nuevas visiones de un vigor inagotable, fenómenos vastos y titánicos, la costa y sus naufragios, las extensiones inagotables y sus árboles, vivos o putrefactos, las nubes tormentosas y el diluvio que dura tres semanas y da lugar a grandes inundaciones”. 

Walden, H. D. Thoreau

Cádiz huele a mar. Las calles estrechas del casco histórico las recorren los vientos marinos húmedos y salados. Con una larga historia la ciudad me resulta interesante de leer: sus monumentos, su arquitectura, su peculiar urbanismo. Es un lugar único, irrepetible.

Estos días de noviembre fueron calurosos, el mar estaba calmo, apenas hacía viento. Si hubiera llevado el bañador es probable que hubiera acabado bañándome al medio día. El hotel daba al atlántico y por el paseo marítimo fui andando hacia el castillo de San Sebastián, antaño templo de Moloch según la tradición.  

En una isla pequeña, apenas un roquedo, muy cercano a la playa de la Caleta, lo que en tiempos fue un lugar sagrado, enigmático, donde se adoraban antiguos dioses, en el siglo XVIII se construyó el castillo que hoy vemos. El paseo es fresco y agradable. El día estaba un poco nublado y el viento azotaba con fuerza la estrecha carretera que une la playa con el roquedo.

La espuma del mar salpicaba a cada rato a los paseantes y entre las rocas calcarenitas andaban los vuelvepiedras (Arenaria interpres). Me sorprendió lo confiados que eran. Había unos hombres echando de comer migas de pan a las palomas en la playa y ellos acudían a comer entre ellas. Andaban por entre las piernas de la gente que pasaba. 

Es un ave que cría en las áreas costeras en torno al Ártico, pero que aparece por las costas atlánticas de la península en los meses de invierno. El nombre de vuelvepiedras se debe a su método de alimentación, que consiste en voltear piedras con el pico para comerse los invertebrados, principalmente insectos, que hubiera debajo. 

Los intrépidos y descarados vuelvepiedras, que habían volado miles de kilómetros, desde el norte de Europa hasta la Bahía de Cádiz, se acercaban a mi cada vez que abría mi bolsa, pensando que quizás iba a echarles algo de comer. Aproveché para fotografiarlos con el móvil. Más lejos saltaban entre las rocas ostioneras metiendo el pico en las oquedades (piedras formadas por conchas marinas, entre las que las ostras se distinguen con facilidad, piedras con las que se construyeron ciudades en la antigüedad) inmersos entre los roquedos y el mar, en la tierra inestable azotada por las mareas, entre la espuma blanca y de vez en cuando mirando curiosos a los paseantes cegados por el turquesa del mar. Así pasan el invierno los vuelvepiedras. 

Atrás dejé Cádiz y su historia y sus habitantes alados, a mi paso me llevé este inesperado encuentro. 



domingo, 12 de noviembre de 2023

Los narcisos del otoño

 “Todo lo que veo es pleno, abundante. Soy la superficie del agua con la que juega el viento; soy pétalo, pluma, piedra”. 

Una temporada en Tinker Creek, Annie Dillard.

Los días se acortaban y tras las escasas lluvias, salió el sol. Brillaba con potencia en el cielo azul. Pocas eran las nubes y ninguna de ellas me ofreció el alivio de su sombra en Sierra Carbonera. El viento era fresco, anunciaba el invierno. 

A lo largo de mi paseo pude ver dos cuervos. Pasaron muy cerca, volando bajo y escuché perfectamente el sonido del batir de alas. Todo un espectáculo. No es común verlos por estas tierras. También una bandada de jilgueros me pasó cerca con sus cantos agitados. 

Crecen los nuevos espárragos, y los narcisos se abren en Sierra Carbonera. Varios tipos de narcisos habitan la sierra, pero esos días están por todas partes los narcisos de otoño (Narcissus serotinus L.). Salen de un bulbo. De un delicado tallo brotan las flores, dos o tres como mucho. De pétalos blancos y con los lóbulos soldados a la base anaranjados. Las hojas están ausentes durante la floración, crecerán una vez que las flores hayan desaparecido. 

Estas humildes plantas, han aprovechado los días de lluvia para cubrir con sus flores los pastizales azotados por el viento. Estaban por todas partes. Aunque tienen poca altura el viento balanceaba las flores lo que dificultó la realización de las fotografías.

Como su nombre indica son plantas del otoño y su período de floración se da entre septiembre y noviembre. En la península ibérica florecen en la zonas mediterráneas.

El blanco se abre paso en la sierra en estos primeros días frescos del año, tras las primeras lluvias otoñales. Se reverdecen los pastos y matorrales. Bandadas de aves aprovechan el calmo y soleado día para completar la migración. Unos van, otros vienen. Unas flores abren y otras esperan el paso del invierno. Seres efímeros, que se suceden en las estaciones. Somos perpetuo cambio. 



domingo, 22 de octubre de 2023

Los colores del Otoño: Colchicum lusitanum Brot

 “Nuestra vida es una tenue traza sobre la superficie del misterio, como los túneles improductivos y sinuosos de los insectos minadores en la superficie de las hojas. Tenemos que ampliar las miras de algún modo para abarcar todo el paisaje, para verlo de verdad y describir qué está ocurriendo. Entonces podremos al menos lanzar entre lamentos la pregunta apropiada a esa faja de oscuridad o, llegado el caso, corear las alabanzas adecuadas”.

Una temporada en Tinker Creek, Annie Dillard. 



Tras un caluroso verano, días de imperio del sol, las nubes comienzan a oscurecer, grises, azuladas, anunciando las primeras lluvias, a la vez que se acortan los días. En octubre los temporales de viento azotan estas tierras costeras: temporales marinos, olas encrespadas y gaviotas arrastradas por el viento sin dirección aparente. Es como si tan sólo se esforzaran por mantenerse en vuelo, las alas desplegadas, sobre el horizonte. 

Los días de temporal la Sierra Carbonera se convierte en una zona especialmente sonora, arbustos bajos que entrechocan, espinos secos agitados desprendiendo sus tallos, hojarasca volátil, y el silbido del viento entre los cables y antenas de luz. Más allá, el oleaje como un rumor perpetuo.  



Aunque ha llovido y hay algunos charcos, todavía no hay casi ninguna planta verde. Todo sigue seco, aunque el torvisco y los brezo florecen. De forma muy dispersa ya pueden encontrarse las flores moradas del llamado vulgarmente falso azafrán:
Colchicum lusitanum Brot. Un toque de color en la arena arcillosa, entre las rocas y el barro, florecen estas pequeñas flores. Sin hojas, pues las produce en primavera, proporcionan una gran belleza al desolado paisaje devastado por el sol de los días del verano. 

Se trata de una planta bulbosa que se mantiene bajo tierra siempre viva y latente, que como he dicho produce sus hojas en la primavera y sus flores entre septiembre y noviembre. Estas flores que he fotografiado estaban en la parte más alta de las Sierra, que tiene una altitud de 311 metros, en una zona rocosa muy expuesta a los fuertes vientos, aunque ni un pétalo había perdido. Flores bellas y duras, procedentes de lo profundo de la tierra que se abren al otoño serrano. 





domingo, 16 de abril de 2023

La bella atracción: Ophrys speculum

 


Una vida entera y en esto se resume todo:

belleza y terror. 

Mary Oliver, La escritura indómita



La naturaleza, este mundo que habitamos, es una totalidad. Engloba la maternidad y la muerte, la belleza y la fealdad, lo terrible y lo admirable. Los seres que lo habitamos somos hálitos breves, respiraciones, dibujos en el aire, ahora tangibles (de barro y agua), ahora fantasmas (compost, cenizas, germen quizás, así nos gusta creer, deseamos creer).


La primavera ha llegado a la Sierra de Grazalema, pero de forma inusual me parece. Porque no he andado mucho tiempo por estos montes y carezco de la perspectiva histórica necesaria para asegurarlo. Pero es la zona de España con más alta pluviometría y en estos días que he pisado la sierra estaba todo seco. No ha caído una gota en semanas y hacía un calor más propio del verano que de la primavera. Aún así, al impulso de la vida primaveral han florecido las herbáceas, los lirios, los espinos, los gamones y las orquídeas. 



Sabía que había orquídeas por Andalucía y había visto fotos. A pesar de haber realizado algunas salidas en su búsqueda no conseguí dar con ellas. Sin proponérmelo y habiéndolas olvidado, ellas mismas se manifestaron. Muchas especies distintas de orquídeas florecían por la sierra de Grazalema estos días, cinco especies he identificado de entre las que me fui encontrando. Un espectáculo inesperado que me depararon estos paseos serranos. 


En la península ibérica todas las especies de orquídeas son terrestres (no las hay epífitas, ni trepadoras). Son plantas perennes, pero en la estación no favorable alguna de ellas subsisten de forma subterránea y por eso no son visibles todo el año. Los tallos aéreos crecen verticalmente y terminan en inflorescencia. Las flores son muy características. 



Las semillas de las orquídeas carecen de endosperma o tejido nutritivo, con lo cual para germinar requieren de agentes externos que aporten nutrientes al embrión. Estos agentes externos son hongos. Realmente en cada momento de su vida la planta desarrolla diversas relaciones con diferentes especies de hongos. 



La especie a la que dedico la entrada, la protagonista de este encuentro es
Ophrys speculum. Una planta muy peculiar, con una flor que imita el abdomen de una avispa. El mecanismo de polinización de esta orquídea consiste en lo que podríamos denominar “engaño sexual”. El macho de la avispa Dasyscolia ciliata se siente atraído a la flor que imita el abdomen de la avispa y además desprende las feromonas de la hembra en celo.


Todo un alarde de sincronización, de complicidad entre planta e insecto. Apenas entendemos cómo se han fraguado las complejas relaciones entre los seres que habitan esta tierra. La bella atracción de una flor para un insecto que la hará germinar allende su territorio, creyendo que procrea para sí mismo, para su especie, (quizás había que eliminar el creyendo porque una avispa no cree nada) se convierte en agente de dispersión de otros seres, unos que durante el invierno laten bajo tierra ajenos a la superficie y que ahora, en estos días primaverales, extienden sus tallos sobre la tierra y abren sus flores para realizar una llamada confusa a la avispa que intenta procrear y multiplicarse sobre la tierra.




martes, 21 de febrero de 2023

En las dunas: Cakile maritima Scopoli

“En febrero, las plantas entran en celo; el viento las preña, crecen brotes y, cuando llega el momento, dan a luz flores, hojas y frutos”.

Annie Dilllard, Una temporada en Tinker Creek.




Llevamos casi un mes de levante, días grises de temporal. Las dunas, arena móvil, se desplazan por las playas, invaden carreteras, paseos marítimos, se expanden, creando un nuevo paisaje. 


De pasear por la orilla te llevas arena, sal y el rugido de las olas, el sonido de la espuma blanca, que no es poca cosa.


Paseando por las playas de poniente, al resguardo del vendaval, como los alcatraces, los cormoranes y la mayor parte de las aves marítimas, siguiendo a los seres alados me encontré con estas crucíferas en flor. 


Siempre me han llamado la atención estas flores de tan sólo cuatro pétalos. La variedad de crucíferas es enorme y las florecillas son tan pequeñas y delicadas que su multiplicidad me parece asombrosa.




Cakile maritima Scopoli es el nombre científico de esta herbácea inconfundible. Parece ser que por el norte de la península la llaman “oruga de mar”, pero por estos lares no le he oído ningún nombre vulgar. Así que usaré el científico. 


Sus pequeñas flores tienen cuatro pétalos y cuatro sépalos enfrentados, de ahí la forma de cruz. El fruto es muy característico, es lo que hace inconfundible a la especie. Es una cápsula con una forma característica que ilustro con una imagen porque describirlo se me hace complicado. A este tipo de frutos encapsulados se les llama en botánica silícula.




La especie crece en los arenales marítimos con aporte orgánico y florece todo el año, cada vez que tiene oportunidad. Y en la duna de poniente, resguardada un poco del temporal que azota estas tierras aprovechó para florecer y dar un toque de luz a estos días oscuros. 


Es común por todo el mediterráneo. Pequeñas hierbas que crecen entre la arena móvil a merced de los vientos y la sal. La vida en el temporal.